viernes, 27 de junio de 2014

Visita del Sr. Cristián Rapu, fotógrafo submarino


Con el Sr. Cristian Rapu Edmunds, de visita en Ushuaia, quien ha sido reconocido por su gran trabajo en fotografía submarina.

El Sr. Rapu es director del centro de buceo Mike Rapu en Isla de Pascua y está participando en la elaboración de documentales de contenido científico del mundo submarino.

Ver video: Mundo Submarino - Isla de los Estados
 (Fuente: https://www.facebook.com/proyectoatlanticosur?fref=photo)






26 junio 1818 - 196º Aniversario de la Marina Mercante




Se remonta a la figura de Bernardo O’Higgins, quien el 26 de junio de 1818 firmó la primera patente de comercio otorgada a la fragata “Gertrudis de la Fortuna”, de propiedad de Francisco Ramírez, el primer armador nacional.
... “a cinco meses de instaurada la Primera Junta de Gobierno, un decreto abrió el  comercio libre a todas las naciones, los puertos de Valdivia, Talcahuano, Valparaíso y Coquimbo, y los mares del sur se vieron surcados por naves inglesas, francesas y norteamericanas, vitalizando la vida económica de país” ... “durante la segunda mitad del siglo XIX, el Gobierno encargó la construcción de la red de señalización marítima que hasta el día de hoy guía a los navegantes que surcan nuestro mar territorial y aguas interiores, siendo los faros del Estrecho de Magallanes, el mejor testimonio de lo importante que fue el negocio naviero desde los inicio de nuestra República”.
Región austral y el piloto Pardo

Piloto Luis Pardo


“Indudablemente, la Marina Mercante ha sido fundamental para el desarrollo de Magallanes. Desde sus inicios se establece en nuestra región, precisamente para controlar el tráfico marítimo y para establecer una presencia soberana aquí. La armada nacional, nació de manera simultánea junto a la Marina Mercante y eso da cuenta de la visión marítima de O’Higgins al saber la importancia para el desarrollo del país contar con una marina mercante que trasladara los bienes de un lugar a otro como importaciones y exportaciones”,

En la celebración realizada en Punta Arenas, "se exhibió un video sobre la vida y hazaña del  Piloto 1° Luis Pardo Villalón, heroico marino que en el año 1900 ingresó a la Escuela de Pilotines, destinada a formar oficiales de la Marina Mercante Nacional y pilotos para la Marina de Guerra, y que el 30 de agosto de 1916 protagonizó una epopeya reconocida a nivel mundial al rescatar a través del escampavía “Yelcho” a los náufragos de la expedición polar de Sir Ernest Shackleton que se encontraban aislados en la isla Elefante durante el invierno antártico."

Fuente del texto: @prensaantartica

Escampavía Yelcho


Fotografía tomada por el fotógrafo y tripulante de la expedición a bordo del “Endurance”, Frank Hurley. Los náufragos en el momento del rescate, al fondo la “Yelcho” comandada por el Piloto Pardo.
Fuente foto



http://www.colcap.cl/Colegio/Historia/historia.html

miércoles, 25 de junio de 2014

Los Gigantes Patagones - Mito o Realidad

Cerro Guido
-Si este es el hueso que ustedes están desenterrando, no consigo imaginarme el tamaño del perro que lo escondió.Por Jimmy Scott - El Mercurio



El 25 de junio de 1960
Esto pasó en nuestra región: Informan sobre el hallazgo de huesos gigantes de humanos
Por Bernardo Veksler

Alrededor de esta fecha, se propaga la noticia de que el chilote–tehuelche José Hueichatureo Chicuy había descubierto un túmulo funerario en la estancia Guido, en las proximidades de las Torres del Paine. Según la versión, se había encontrado una tibia humana, bien conservada, de un tamaño muy superior a las normales.
La información daba cuenta que el hallazgo fue registrado en dependencias policiales y que periodistas de Punta Arenas lo habían observado. El hueso, junto a los demás restos, se creían contemporáneos a los relatos formulados por Antonio Pigafetta y Hernando de Magallanes, que tuvieron gran repercusión entre los europeos y construyeron el mito de los gigantes patagónicos. Magallanes se asombró por el tamaño y la fuerza de los aborígenes que los llamó patagones y así se identificó a la región.

Pigafetta fue quien primero registró estos encuentros, probablemente en la bahía de San Julián o en la desembocadura del río Santa Cruz. La descripción de vestimentas, pinturas y modo de ser de estos patagones coincide absolutamente con la que tendremos más delante de los tehuelches. Así lo escribió en su diario: “Un día, de repente vimos a un hombre desnudo de estatura gigante en la orilla del puerto, el baile, el canto, y arrojando tierra sobre su cabeza (…). Cuando el gigante estaba en la Capitanía General de y nuestra presencia, se maravilló mucho, e hizo las señales con un dedo levantado hacia arriba, en la creencia de que habíamos llegado desde el cielo. Era tan alto que hemos llegado sólo hasta la cintura, y estaba bien proporcionado”.

Otros navegantes alimentaron este mito. En 1579, Francis Drake escribió acerca de un encuentro con patagones muy altos. En 1590, Anthonie Knivet afirmó que había visto cadáveres humanos de 3,7 metros de largo en la Patagonia.

En 1766, la tripulación capitaneada por John Byron aseguró haber visto a una tribu de la Patagonia de 2,7 metros de altura. Luego, se dieron mayores precisiones y se redujo la estatura de los patagones a unos dos metros.

Estos antecedentes forjaron la creencia de que hubo una etnia de gigantes que misteriosamente desapareció de la región.




( Fuente 25 jun. 2014: www.eldiariodelfindelmundo.com/ )

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"Hubieron de transcurrir 443 años para que la ciencia rehabilitara la validez de las descripciones de Antonio Pigafetta. Fue en el otoño de 1962. Y la reivindicación vino precisamente a través de un indígena, don José Hueichatureo Chicuy, de la nación de los Hulliches señores del archipiélago de Chiloé. Era obrero agrícola en la estancia Cerro Guido, junto a los hermosísimos picos conocidos como las Torres del Paine. Su pasión era coleccionar puntas de flecha y boleadoras prehistóricas, y notó un túmulo que le pareció prometedor. Con cuidado hizo un surco al borde de la colina artificial. Luego se acercó llevando un azadón. Lo que descubrió enseguida lo dejó helado: emergiendo de la tierra sobresalía un enorme hueso negruzco, una tibia humana pero muchísimo más grande que la tibia de un caballo percherón.

Por fortuna Hueichatureo Chicuy trabajaba para gente muy culta que disponía de medios suficientes. Junto con avisar a la policía se invitó a los periodistas de Punta Arenas. Asimismo, un telegrama urgente era despachado a París, donde los estancieros tenían una antropóloga amiga, Mme. Emperaire.

Se trataba de un túmulo funerario familiar, y su antigüedad no era mucha: alrededor de 500 años. Es decir, los restos que allí yacían pertenecían a patagones contemporáneos de Antonio Pigafetta. Los cálculos antropométricos determinaron que la estatura de estos aborígenes oscilaba entre los 2.8 y los 3.2 metros... exactamente la estatura descripta por el joven italiano. Eran los restos palpables de los legendarios habitantes de la Patagonia, los gigantes patagones." 
( Ver fuente )  




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Artículo en La Prensa Austral




El cerro Guido se encuentra ubicado a 109 kilómetros al noreste de Puerto Natales, en la comuna de Torres del Payne, en la sierra Contreras, próximo a la frontera con Argentina y a 40 kilómetros de la villa Cerro Castillo.

El área en torno al cerro se caracteriza por ser una zona históricamente ganadera. El topónimo, tanto del cerro Guido como de la estancia Cerro Guido se le atribuye al legendario explorador argentino Carlos María Moyano, quien, entre 1883 y 1884, recorrió el territorio interior de Ultima Esperanza, bautizando de paso a este prominente cerro con el nombre de Tomás Guido, un destacado militar y político de su país,
impulsor de las expediciones exploratorias a los territorios australes. Años más tarde, la estancia del lugar, que originalmente se llamaba Silesia, fue adquirida por la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego y junto al sector, pasó a tomar el nombre del cerro homónimo.

Un grupo de arqueólogos de la Umag llegó a la cima del cerro verificando la existencia de tumbas indígenas



El arqueólogo de la Universidad de Magallanes, Alfredo Prieto, señala que es de especial interés arqueológico y turístico, ya que en la cima del cerro Guido se confirmó la existencia de un chenque o enterratorio indígena que fue utilizado para este fin por más de 400 años. Añade que existía una leyenda que se originó en la provincia de Ultima Esperanza, sobre la existencia de un cementerio indígena en la cima del Cerro Guido. Estos relatos llevaron a Anette Laming-Emperaire a ascender el cerro, en su búsqueda. Sin embargo, no logró hallarlo. 

A mediados del siglo XX, Juan Mergudic y Tomás Pavicic ascendieron a la cima del cerro encontrando una pila de piedras con huesos humanos, lo cual correspondería a enterratorios indígenas ya saqueados anteriormente. 

Más tarde, en 1993, un grupo de arqueólogos de la Umag llegó al sitio verificando la existencia del chenque. Aquí el año 2007 los investigadores de la Umag, Susana Morano Büchner, Víctor Sierpe González, Pedro Cárdenas y Alfredo Prieto Iglesias recuperaron restos de al menos siete individuos, entre ellos tres adultos, un juvenil y tres infantes. En todos los casos los esqueletos estaban incompletos.

Es bien conocido que algunos pueblos trataban de alejar definitivamente a sus muertos, que se transformaban en seres hostiles y dañinos. Esta sería la razón por la que los aborígenes es cogieron un lugar tan alejado y a tanta altura.

El salvataje del legendario cementerio de Cerro Guido puso término a más de medio siglo de especulaciones acerca de su existencia.

La altura aproximada del Cerro Guido es de 1.270 metros, lo que lo sitúa como el chenque más alto registrado hasta ahora en la Patagonia Austral. Además, podría indicar que los eventos funerarios se produjeron en los meses estivales en que la cumbre del cerro se encuentra libre de nieve, sólo entre noviembre y febrero.


y fue reutilizado recurrentemente entre ca. 1155 y 495 AP (Morano Büchner et al. 2009)

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Susana Morano Büchner, Víctor Sierpe González y  Alfredo  Prieto  Iglesias


" El salvataje del legendario “cementerio” de cerro Guido, culminó con una definición del sitio en cuanto a su posición, tamaño y características, en defnitiva,  puso  fin a  a   más de  medio siglo de especulaciones acerca de su existencia. La altura en que se encuentra éste (1270 ms.n.m.),  lo sitúan como el más alto registrado hasta ahora en Patagonia Austral, y nos lleva a plantear cuestiones acerca de la inversión diferencial de tiempo  (costo de transporte)  para  individuos de los valles cercanos y de las alturas. Además, podrían indicar que los eventos funerarios se produjeron en los meses de verano, tal vez no más de tres, enque la cumbre del cerro se encuentra libre de nieve (sólo entre noviembre y febrero), hoy en día. 

El chenque de cerro Guido,  concuerda con otros chenque encontrados en la Patagonia Argentina y Chilena.
El sitio fue utilizado durante un período comprendido desde los 1030 AP y los 370 AP. Esta reutilización es trascendental a la hora de plantearse cuestiones acerca de la persistencia de territorialidad. 
 
Con la información obtenida de los restos humanos, se puede decir que este chenque se utilizaba para individuos adultos y subadultos. Aparentemente no habría una diferenciación en el tipo de enterratorio de acuerdo al rango de edad. 
 
La presencia de otros chenques y enterratorios enlos alrededores, como el de cerro Los Escorpiones, hallado en el marco de este proyecto y que se encontraba saqueado, y la pila de piedra encontradacamino al cerro Guido, abre la interrogante acerca de si se trató de “estaciones” hacia la cima, o de prácticas distintas y distantes en el tiempo sin relación alguna entre sí. 
 
La abundancia de colorante en la preparación      del depósito es evidencia de una gran inversión en el ritual. La fuerte impregnación de colorante en los huesos de este individuo podría indicar que se trataba de un entierro secundario, esto apoyado conjuntamente por la disposición de los restos inhumados, que más bien se trataba de un paquete de huesos, el cual no mostraba correlación anatómica entre las piezas óseas.Se encontró en el valle del río Baguales a unos 25 km al norte un depósito de tierras rojas que pudieron ser usadas como fuente de colorante, aunque no se puede asegurar que esa fuera la misma.
 
En el sector más bajo del chenque se halló un conjunto de fragmentos y microlascas de obsidiana gris veteada. Se trata en su mayoría de fragmentos que parecen haber sido percutidos sin plan. En algunos casos se trata de pequeños prismas con reserva de corteza en tres de sus cuatro caras que no pudieron tener otro en que depositar como ajuar una materia prima considerada valiosa. Según los estudios hechos por Stern y Franco (2000), estetipo de obsidiana provendría de la sierra Baguales, a unos 40 km al norte del cerro Guido. Finalmente el trabajo realizado en este sitio permite señalar que, aunque los sitios hayan sidosaqueados, siempre es posible obtener alguna información de interés de sus restos. El contexto de los chenques, como   unidades  discretas, como ya  es  sabido (Beron et al . 2000; Goñi y Barrientos 2000), encierra una historia de reutilizaciones que resulta interesante para la cuestión de territorialidad. El análisis posterior de la obsidiana y el colorante puede indicar parte de la extensión de su territorio o su área de infuencia."
 






Fotos:  Quinta  vértebra   lumbar con espina bífida e Incisivo central con  hipoplasia de esmalte.

 
Rescate del Chenque de Cerro Guido”
667
Morano Büchner
et al. 

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- Las Crónicas Históricas -
Los Gigantes del Confín del Mundo

<< Posiblemente, los Gigantes Patagones del extremo Sur sean los más reconocidos de América, quienes generaron gran impacto a los testigos occidentales tanto por su considerable tamaño como por sus expresiones y manifestaciones culturales. Se emplazaban en la zona patagónica, hasta el Cabo de Hornos.
Antonio de Herrera, cronista oficial del Rey Felipe II, expresa el siguiente episodio en relación con los Gigantes Patagones:
Iba el capitán general reconociendo los puertos de la parte del sur, y halló muchos, tan buenos, que sin amarras podían estar las naos seguras, y esto fue á los veinte y dos de abril, y aquella noche llegaron á bordo de las naos dos canoas de indios, que parecían que amenazaban; y porque eran hombres de grandes cuerpos, algunos les llamaron jigantes y otros los han dicho patagones, y por no haber hallado mucha conformidad en los que refieren las cosas destos hombres no se dirá aquí otra cosa dellos[14].

En la Historia General y Natural de las Indias (1526) de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, aparece en el capítulo VI titulado Cómo el capitán general, frey Garcia Jofré de Loaysa, se juntó con las otras naos de la armada, y de otra fortuna que se les siguió, y de los jigantes y gente del estrecho de Magallanes, el cual nombre á éstos jigantes patagones se los dio Magallanes, la siguiente crónica:

Y así siguieron hasta una legua delante de la bahía de la Victoria é hallaron muchos ranchos y chozas de los patagones, que son hombres de trece palmos de alto y sus mujeres son de la mesma altura. Y luego que los vieron salieron las mujeres á ellos, porque sus hombres eran idos á caza é gritaban y capeaban á estos cripstianos, haciéndoles señales que se detoviesen atrás: pero los cripstianos, como tenían ya costumbre de hacer la paz con ellos, luego comenzaron á gritar diciendo o o o, alzando los brazos y echando las armas en tierra y ellas echaban asimesmo los arcos é hacían las mesmas señales, é luego corrieron los unos para los otros y se abrazaron.

Decía este padre don Joán que él ni alguno de los cripstianos (que allí se hallaron) no llegaban con las cabezas á sus miembros vergonzosos en el altor con una mano, cuando se abrazaron, y este padre no era pequeño hombre sino de buena estatura de cuerpo. Luego, los cripstianos les dieron cascabeles y agujas y otras cosas de poco precio, é los cascabeles ensartábanlos en hilos é ponianlos en las piernas é como se meneaban y oían sonidos dellos, daban brincos y saltos con ellos y espantábanse de los cascabeles é con mucha risa gozábanse maravillados dello. Yo quise informarme que cómo sabían esos cripstianos y el clérigo que lo ques dicho era la costumbre de se hacer la paz con esas gentes jigantes é dijóme que ya habian visto antes de aquestos hombres, como adelante se dirá en el capítulo siguiente. Los arcos eran cortos y recios y anchos, de madera muy fuerte, y las flechas como las que usan los turcos y con cada tres plumas, y los hierros dellas eran de pedernal, á guisa de arpones ó rallones bien labrados. E son muy grandes punteros y tiran tan cierto como nuestros ballesteros ó mejor. Traen en las cabezas unos cordeles, en torno sobre las orejas, y entrellas y la cabeza ponen las flechas á guisa de guirnalda, con las plumas para arriba, y de allí las toman para tirar, y desta manera salieron aquellas mujeres. Es gente bien proporcionada en la altura ques dicho, andan desnudos, que ninguna cosa traen cubierta sino las partes menos deshonestas de la generación é allí traen delante unos pedazos de cuero de danta. Este nombre danta dánsele los cripstianos á aquellos cueros, no porque sepan que son de dantas, que á verdad no lo son, sino unos animales que tienen el cuero grueso, como de danta ó mas[15].
Más adelante, en la misma obra de Fernández de Oviedo, en el capítulo VII, titulado De lo que acaesció al clérigo don Joán de Reyzaga y sus compañeros con los patagones jigantes é de la prosecución de su camino en busca de las naos y armada, se señala:
Así como las mujeres jigantas que es dicho hicieron las paces con esos cripstianos lleváronlos á sus ranchos donde vivían é aposentáronlos uno á uno por sí separados por los ranchos é diéronles ciertas raíces que comiesen, las cuales al principio amargan, pero usadas, no tanto, y diéronles unos mujiliones grandes, quel pescado de cada uno era más de una libra y de buen comer. No desde á media hora questaban en los ranchos, vinieron los hombres desas mujeres de caza é traían una anta que habían muerto, de más de veinte ó treinta arreldes, la cual traía á cuesta uno daquellos gigantes, tan suelto y sin cansancio, como si pesara diez libras. Así como las mujeres vieron á sus maridos, salieron á ellos é dijéronles cómo estaban allí esos cripstianos y ellos los abrazaron de la manera que se dijo de suso y partieron con ellos u caza y comenzaron de la comer cruda como la traían, quitando lo primero el cuero, y dieron al clérigo un pedazo de hasta dos libras. El cual lo puso al fuego para lo asar sobre las brasas y arrebatólo luego uno daquellos jigantes, pensando que el clérigo no lo quería, é comióselo de un bocado, de los cual pesó el clérigo, porque había gana de comer y lo había menester. Comida la danta, fueron á beber á un pozo, donde estos cripstianos fueron asimesmo á beber, y uno á uno bebían los jigantes con un cuero que cabía más de una cántara de agua, é aún dos arrobas ó más, y había hombres daquellos patagones que bebían el cuero lleno tres veces á reo, y hasta que aquél se hartaba los demás atendían.

            También bebieron los cripstianos con el mismo cuero, y una vez lleno bastó á todos ellos y les sobró agua, y maravillábanse los jigantes de lo poco que aquellos cristianos bebían. Como hobieron acabado de beber, se tornaron los uno y los otros á los ranchos, porque el pozo estaba desviado dellos en el campo, é ya era anochescido é aposentáronlos uno á uno, como ya se dijo.

            Estos ranchos eran de cuero de danta, adobado como muy lindo y polido cuero de vaca, y el tamaño es menor que de vaca, y pónenlo en dos palos contra la parte de do viene el viento, é todo lo demás es estar descubierto al sol y al agua, de manera que la casa no es más de lo que es dicho y en eso consiste su habitación, é toda la noche están gimiendo y tiritando de temblor del excesivo frío (porques frigidisima tierra á maravilla), y es necesario que los vea, porque está en los cincuenta y dos grados y medio de la otra parte de la equinocial, á la parte del antártico polo. No hacen fuego de noche, por no ser vistos de sus enemigos, y de continuo viven en guerra, y por pequeña causa ó antojo mudan su pueblo y casas sobre los hombros y se pasan á donde quieren, que son tales como he dicho. Esta vecindad ó ranchos eran hasta sesenta ó más vecinos y en cada uno dellos más de diez personas. Toda aquella noche estovieron estos pocos españoles con mucho deseo y temor, esperando el día par se ir, si puidiesen, en paz á donde habían dejado su nao; la cual quedaba más de cuarente leguas de allí, y no tenían qué comer ni dineros para lo comprar, y caso que los tovieran, aquella gente no sabe qué cosa es moneda. Cuando á la mañana se despidieron de los jigantes, fue por señas no bien entendidas de los unos ni de los otros, y guiaron los españoles hacia la ribera y costa, por ver si hallarían con diligencia alguna señal ó vestigio de las naos, porque, como tengo dicho, allá estuvieron surtas la capitana y otras dos.

Bien creían estos compañeros, segund este clérigo decia, que aquellos jigantes hicieran lo que después hicieron, sino fuera por un perro que llevaban consigo, de quien aquella gente temía mucho, porque el perro se mostraba tan feroz y bravo contra ellos, que apenas lo podían tener los cripstiano ó refrenar su denuedo. Así como llegaron á la costa, vieron maderas y cepos del artilleria y botas que la nao, con la fortuna que se dijo, había alijado, y por esto sospecharon lo que les habia acescido, é prosiguieron su camino. E cuando fue de noche llegáronse á la costa y hallaron algund marisco y lapas, que comieron crudas, y echáronse á dormir, haciendo hoyos en la arena y cubriéndose con ella, excepto las cabezas, é pasaron esa noche mucho frio y hambre, allende del cansancio.
Posteriormente, en el mismo capítulo, los Gigantes Patagones vuelven a ser mencionados:
El día siguiente, continuando su jornada, perdieron un compañero, que se decía Johan Pérez de Higuerola, y quedaron el clérigo y los otros dos hombres, é cuando quiso amanescer vieron más de dos mill patagones ó jigantes (este nombre patagón fue á disparate puesto á esta gente por los cripstianos, porque tienen grandes piés; pero no desproporcionados, segund la altura de sus personas, aunque muy grandes más que los nuestros), y nenían hacia los cripstianos alzando las manos y gritando, pero sin armas y desnudos. Los cripstianos hicieron lo mismo y echaron las armas en tierra y fuéronse a ellos, porque, como tengo dicho, esta es la manera y forma de salutación ó paz que aquellas gentes usan cuando se ven con otros, é abrázanse en señal de seguridad ó amor. E así se hizo, y fecho aquesto, alzaron á estos tres cripstianos de uno en uno sobre las cabezas, y lleváronlos un cuarto de legua grande de allí á un valle, donde había un grand número de ranchos, segund los que quedan dichos, á manera de gran cibdad, armados en aquel valle. Y luego hicieron traer sus arcos y flechas y penachos para las cabezas y también para los piés, é desque hobieron tomado los arcos y penachos los tormaron á alzar y movieron de allí, é apartados una legua grande de los ranchos, que ya no los odían ver, tornaron á tomarlos en peso y despojáronlos, é traían entre menos estos cripstianos, mirándolos como espantados de ver su pequeñez y blancura, é trabábalos desde sus naturas, é parte por parte, cuanto tenía la persona de cada español destos, palpaban y consideraban. E los trían así entre si con mucho bullicio, tanto, que esos pescadores españoles sospecharon que los querían comer é que quisieran también informase del gusto de tal carne y ver qué tales eran de dentro en lo interior de sus personas, y así con mucho temor se encomendaban á Dios el clérigo don Johán de Areyzaga y sus compañeros. E quiso Nuestro Señor socorrerlos en tanta necesidad y librarlos desta salvaje generación jigantea, porque muchas veces armaron los arcos y pusieron flechas en ellos, haciendo señales que los querían tirar y asaetearlos. Pasadas tres horas ó más que en esto pasaban tiempo, vino un mancebo que en su aspecto parescía muchacho, y con él otros veinte jigantes, los cuales traían sendos arcos y sus flechas, y cubiertos los estómagos con unos cueros blandos y peludos como de carneros muy finos y con muy hermosos penachos blancos y colorados de plumas de avestruces. Al cual cómo le vieron los otros jigantes, todos se sentaron en tierra é bajaron las cabezas, y hablaron algund poco entre sí, como quien reza en tono bajo, y ninguno alzaba los ojos del suelo, aunque eran más de dos mill los que habían despojado á estos tres cripstianos, que cada momento pensaban que sus días eran cumplidos y que aquel jigante mancebo debiera ser su rey é que venía á dar conclusión en sus vidas. Lo que pudieron entender fue que les paresció á estos españoles que aquel jigante mancebo reprendía a los otros, y tomó al clérigo don Johán por la mano y lo alzó en pié, el cual, aunque parescía de diez y ocho ó veinte años, y el don Johan de veinte y ocho ó más, y era de buena y mediana estatura y no pequeño, no llegaba á sus miembros vergonzosos en altor. E puesto en pié, llamó a los otros dos españoles é hizoles señal con la mano á que fuesen, é al dicho don Johán uno de los veinte que vinieron á la postre con aquel capitán ó rey mancebo, le puso un grand penacho en la cabeza. E así se partieron en carnes desnudos estos tres compañeros é no osaron pedir sus vestidos, porque viendo la liberalidad de aquel principal, sospecharon quél pensó que así debían andar y que si hicieran señas pidiendo la ropa, que, aunque, se la mandase dar, tomaría saña y haría algund castigo en los primeros jigantes, é hobieron por mejor no le alterar é irse sin los vestidos, pues les dejaban las vidas. E prosiguieron su viaje por la costa con grandísima hambre y sed y frío, y llegados á la mar, hallaron un pescado muerto, que parescía congrio, quel agua le había echado en la playa, é comiéronle crudo y no les supo mal.

Traían aquellos jigantes pintadas las caras de blanco y rojo y jalde, amarillo y otros colores; son hombres de grandísimas fuerzas, porque decía esto el clérigo don Johán que á todos  tres servidores, ó cámaras de lombardas de hierro, tan grandes que cada servidor ó verso pesaba dos quintales ó más, los alzaban de tierra con una mano en el aire más altos que sus cabezas. Traen muy hermosos penachos en las cabezas y en los piés, y comen la carne cruda y el pescado asado y muy caliente. No tienen pan, ó si lo tienen, estos cripstianos no lo vieron, sino unas raíces que comen asadas y también crudas, y mucho marisco de lapas y mujiliones  muy grandes asados, y hostías mucho grandes, de que se puede sospechar que también serán las perlas grandes. En aquella costa mueren muchas ballenas sin que las maten, é la mar brava las echa en la costa, y aquestos jigantes las comen.

Decía este padre clérigo que antes de todo lo que es dicho, estando seis jigantes destos en una nao desta armada, este clérigo y otros dos compañeros salieron en tierra, por ver algo de las costumbres desta gente, y que, llegados en una valle. Donde hallaron ciertos jigantes destos, los cuales se sentaron en rengle é hicieron señas questos españoles se sentasen así entre ellos y lo hicieron; luego trujeron allí un grand pedazo de ballena de más de dos quintales, hediendo, y pusiéronles parte dello delante del clérigo y sus compañeros, y ello estaba tal que no lo quisieron, y los indios comenzaron á cortar con unos pedernales que cada uno traía, y en cada bocado comían tres á cuatro libras ó más. E volvieron con ellos á la nao é dieronles cascabeles y pedazos de espejos quebrados y otras cosas de poco valor, con que ellos mostraron ir muy ricos y gozosos, y  espantábanse mucho de los tiros de la artillería y de todas las otras cosas de los cripstianos[16].
En el capítulo VIII de la mencionada obra de Fernández de Oviedo, llamado De algunas particularidades desta gente de los jigantes y de las aves y los pescados y otras cosas de que tuvieron noticia los desta armada, se indica:
Estos jigantes son tan ligeros, según este clérigo don Johán de Areyzaga testifica, que no hay caballo bárbaro ni español tan veloce en su curso que los alcance. Cuando bailan toman unas bolsas cerradas y muy duras de cueros danta y dentro llenas de pedrezuelas, y traen sendas destas bolsas en las manos, y pónense tres ó cuatro dellos á una parte y otros tantos á otra, y saltan los unos hacia los otros, abiertos los brazos, y meneándolos hacen sonar las pedrezuelas de las bolsas, y esto les tura todo lo que les paresce ó es su voluntad, sin cantar alguno. E parésceles á ellos una muy extremada melodía y música, en que tienen muy grand contentamiento, sin desear la cítara de Orfeo ni aquel su cantar con que fingen los poetas que mitigó á Plutón é hizo insensibles las penas de Tántalo y Sísifo y de otros atormentados en el abismo.
Tornando á nuestro propósito, son muy grandes braceros estos jigantes, y tiran una piedra á rodeabrazo muy recia, y cierta y lejos, de dos libras y más de peso. Es gente muy alegre y regocijada.

Queriendo este clérigo don Johán de Areyzaga vengarse de la injuria que le hicieron cuando le despojaron, como se dijo en el capítulo precedente, algunos destos jigantes venían al pantax y él quiso tomarles los arcos y maltractarlos. Y un día uno llegó á la costa y comenzó á dar voces para que lo tomasen en el batel, y este padre clérigo y otros fueron por él, pero como era sacerdote pasósele la malenconía y no lo quiso maltractar, é aunque los otros cripstianos le querían matar, no lo consistió él, y lleváronle á la nao y diéronle de comer muy bien pescado y carne, quel pan no lo quiso ni lo comen estos jigantes, ni tampoco quieren vino. Y diéronle donde durmiese aquella noche debajo de cubierta, é desque fue echado, cerraron el costillón y cargarónle dos ó tres servidores de lombardas grandes, y una caja grande, llena de ropa. Y desde á poco espacio el jigante, congojado de estar allá abajo, y no le contentando aquel cerrado dormitorio, quiso salir de allí, y puso los hombros al escotillón y todo lo levantó y se salió fuera. Y viendo esto los cripstianos y gente de la nao, pusiéronle en otra parte, donde estuvo, no cesando en toda la noche de cantar y dar voces, y á media noche pensó que los cripstianos dormían, é quisose ir sin el arco y sus flechas, y entre un pedazo de aquel cuero quél traía delante del estómago, metió el chapeo del clérigo y se fue. Son tan salvajes, que piensan que todo es común, y que los cripstianos no se enojan de lo que les hurtan, y así tornaba después el mismo jigante, y por señas daba á entender con mucho placer cómo había hurtado el chapeo. En aquella costa hay mucho pescado, y muy bueno, y de muchas maneras. Hay diversas aves y muchas raleas dellas, así grandes como pequeñas. El manjar destos jigantes es el que se ha dicho daquellas dantas y ballenas y otros pescados, y unas raíces buenas, que parescen chiribias, las cuales tienen mucha substancia y es gentil mantenimiento, y cómense curadas al sol, crudas y también asadas y cocidas[17].
En el capítulo X, de la misma Historia de Oviedo, aparece una breve referencia de los Gigantes:
Esto fue á los veinte y tres días de aquel mes, y aquella noche vinieron á bordo dos canoas de patagones ó jigantes, los cuales hablaban e son de amenazas, y el clérigo les respondía en vascuense: ved cómo se podrían entender. Pero no se llegaron muy junto, y caso que quisieran ir á ellos con el batel, fuera por demás, porque las canoas generalmente andan mucho más que los bateles y tanto más andarán aquellas que son bogadas de tan grandes fuerzas de hombres: así que no era posibles alcanzarlas. Y cuando se fueron, mostraban unos tizones encendidos; bien creyeron los criptianos que su fin de aquellos jigantes sería pegar fuego á las naos pero no osaron llegar tan adelante[18].
Y más adelante, el mismo cronista expresa:
Hay asimesmo ríos y arroyos muy buenos y muchos, en especial en los puertos que se han nombrado. Todo este Estrecho es poblado de los patagones y jigantes que es dicho, los cuales andan desnudos y son archeros[19].
Finalmente en el capítulo XIV, titulado Del Estrecho de Magallanes y de su longitud y latitud y partes señaladas dél y de los jigantes que en él habitan y otras particularidades, se señala:
Dicho queda en los capítulos precedentes que la una costa y la otra del Estrecho de Magallanes es habitada de jigantes, á los cuales nuestros españoles llamaron patagones por sus grandes pies, y que son de trece palmos de altura en sus estaturas y de grandísimas fuerzas y tan veloces en el correr como muy ligeros caballos ó más, y que comen la carne cruda y el pescado asado y de un bocado dos ó tres libras, y que andan desnudos y son flecheros, y otras particularidades que desta gente puede haber notado el letor. Pero porque no se piense que aquestos hombres son los de mayor estatura que en el mundo se sabe, ocurrid, letor, á Plinio y diciros ha, alegando á Onesícrito, que donde el sol en la India no hace sombra, que son los hombres tan altos como cinco cobdos y dos planos, y que viven ciento treinta años y que no envejescen, pero que mueren en aquel tiempo cuasi como si fuesen de media edad. Dice más Plinio en su Historia Natural que una gente de los etipios pastores, la cual se llama siborta, á par del río Astrago, vuelta á septentrión, crece más que ocho cobdos. Así que estos son mayores hombres que los del Esterecho de Magallanes, y cuanto á la velocidad, el mismo auctor escribe que Crate Pargameno refiere que sobre la Etiopia son los tragloditas, los cuales vencen á los caballos de ligereza[20].
Por su parte, el cronista López de Velasco, menciona también la existencia de los Gigantes patagones en la zona magallánica:
En la costa y tierras de la Mar del Norte se han hallado por todos lo que han navegado muchos hombres muy grandes, de á diez y doce palmos altos, que llaman Patagones ó jigantes, bien proporcionados y trabados de grandes fuerzas y ligereza, y grandes tiradores y punteros de arco, bien acondicionados, aunque bravos y fieros en la guerra unos con otros[21].

El gran navegante Pedro Sarmiento de Gamboa, refiere a la creación del Mundo hecha por Viracocha Pachayachachic y a la existencia de unos Gigantes deformes pintados ó esculpidos por la Divinidad que al no estar contento con ellos, creó a hombres a su semejanza[22]. Sarmiento de Gamboa, en su Viaje al Estrecho de Magallanes, deja registros de la gigantesca estatura de los Patagones. Uno de los colonos, llamado Hernández, en el Arcano del Mare, (1661), hace clara diferencia entre los gigantes y los nativos rechonchos de la Tierra del Fuego[23].
Arnoldus Florentinus van Langren, en su carta de la América del Sur, presenta el Patagonum Regnum, cuyos habitantes son gigantes de nueve, incluso diez pies de alto, y pintan sus rostros con varios colores que extraen de diversas hierbas[24].
Otro registro de la existencia de los Gigantes Patagones, lo aporta el aventurero inglés Byron, quien escribe: No los medí, pero, si puedo juzgar de su altura, comparándola con la mía, puedo decir que no era menos de 7 pies[25]. El padre Diego Rosales añade información acerca de los Gigantes vistos en Chile, indicándolos como indios de soberbia grandeza, encontrándose en sus sepulturas cabezas y huesos que exceden a los otros incomparablemente[26].
Fray Gaspar de Carvajal, por su parte, señala en su Relación, el encuentro con los Gigantes de un país llamado Aparia: eran de estatura muy altos, que cada uno era gran palmo más alto que el más alto cristiano... y nunca supimos dónde ni de qué tierra habían venido estos indios[27]

Según Fernández de Oviedo, asombrados los españoles por el gran tamaño de las huellas que encontraron en la Tierra del Fuego, les denominaron Patagones.

Entre los Selk´nam de la Tierra del Fuego, se relata la existencia del gigante Cásquel, cuyas piernas eran más grandes que un coihue, y más fornidas. Sus brazos tenían los músculos tan desarrollados; que con su honda era capaz de lanzar grandes peñascos a apreciables distancias. Su cabello, negro y desordenado, se parecía a una enorme mata de cochayuyo. Poseía además, unos perros de sangre que perseguían a los hombres. Este gigante fue destruido por el jon Cuányip[28].

En 1519, según lo refiere el expedicionario Antonio Pigafetta, los españoles al mando de Magallanes, vieron en el Estrecho, en la bahía de San Julián, a los 49 y medio grados de latitud, unos gigantes tan altos que apenas si ellos les llegaban a la cintura. Estaban armados de arcos y se cubrían de pieles[29].  Pigafetta expresa de un gigante patagón:
Este hombre era tan grande que nuestra cabeza alcanza apenas a su cintura. Era de una hermosa estatura: su rostro era ancho i teñido de rojo, los ojos estaban rodeados de amarillo i sus mejillas tenían dos manchas en forma de corazón. Sus cabellos, que eran muy reducidos, parecían emblanquecidos con algún polvo. Su vestido, o mejor dicho su capa, era hecha de cueros de un animal que abunda en este país. Este animal tiene la cabeza i las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo i la cola de caballo, i relincha como éste[30]. El mismo autor señala a su vez, el momento en que Magallanes pone amablemente frente a uno de estos Gigantes un espejo, causándole gran horror, y éste retrocedió tan espantado que echó al suelo a cuatro de nuestros hombres que estaban detrás de él. Uno de aquellos Gigantes fue bautizado como Juan Gigante, el cual se quedó unos cuantos días a bordo y le gustaba comerse los ratones de la nave[31].Pigaffeta expresa en su obra el episodio en que un grupo de éstos gigantes australes se pone a bailar y a cantar, con el dedo índice levantado hacia el cielo[32].
Los Gigantes capturados por Magallanes exclamaban: ¡Setebos![33]

Bartolomé - Leonardo de Argensola, en el libro I de su Historia de la Conquista de las Molucas, expresando que Magallanes capturó algunos de estos Gigantes, que tenían más de quince palmos de altos, es decir diez pies y medio, pero que murieron muy pronto, faltos de su alimentos habituales. El mismo historiador, en su libro 3, relata que los barcos de don Pedro Sarmiento de Gamboa combatieron con unos hombres que tenían más de tres varas de alto, es decir más o menos ocho pies; que al comienzo rechazaron a los españoles, pero luego, asustados por los disparos de los mosquetes, huyeron[34].

En el libro de Sébald de Wert (1599), quien navegando por el Estrecho de Magallanes en 1599 con cinco veleros en la Bahía Verde, vio siete piraguas llenas de gigantes que tendrían de diez a once pies de alto; los holandeses los atacaron, y las armas de fuego les asustaron a tal extremo que se les vio arrancar árboles para ponerse a cubierto de las balas de los mosquetes[35] . Oliverio de Noort presenció hombres de diez a once pies de alto, unos meses después de la excursión de Sébald[36]. Frezier, ingeniero  del Rey, escribe tras su viaje al Mar del Sur: más adelante hay otra nación de indios gigantes que los chonos llaman caucahues. Como son amigos de los chonos, algunos vienen a veces con ellos hasta los poblados españoles de Chiloé. Don Pedro Molina, que había sido gobernador de esta isla, y algunos otros testigos oculares del lugar, me dijeron que tenían aproximadamente cuatro varas de alto, es decir cerca de nueve a diez pies. Son los llamados patagones, que habitan las costas orientales de la tierra desierta, de las cuales hablan los antiguos relatos; estos relatos han sido después considerados leyendas, pues en el Estrecho de Magallanes los viajeros vieron indios cuya talla no sobrepasada para nada la de los demás seres humanos. Esto fue lo que engañó a Froger en su relación del viaje del señor de Gennes, puesto que algunos marinos vieron al mismo tiempo los unos y los otros[37]. Frezier en 1704, señala que en el mes de julio, la gente del Jacques, de Saint- Malo, al mando de Harinton, vio siete de estos gigantes en la Bahía Gregorio. Los marinos del Saint Pierre, de Marsella, bajo el capitán Carman de Saint – Malo, vieron seis, entre los cuales había uno que tenía algunas insignias de distinción. Sus cabellos estaban plegados en una especie de red hecha de tripas de pájaro, con plumas todo alrededor de la cabeza. Su vestuario era una bolsa de piel, con pelo vuelto hacia adentro. A lo largo del brazo metido en la manga, sujetaban su carcaj lleno de flechas. Les regalaron algunas a los marinos, y les ayudaron a empujar el bote a la playa. Los marineros les ofrecieron pan, vino y aguardiente, pero no quisieron probar nada. Al día siguiente, desde el barco, vieron, más de doscientos indios reunidos[38].

El capitán Reainaud, de regreso a Marsella en 1764, interrogado por Coyer, señaló que los gigantes miden nueve pies, poco más o menos, mujeres y niños en proporción... ¿Y dónde los habéis visto? En las cercanías del Estrecho de Magallanes, donde tuve que fondear para proveerme de agua. El viaje de Reainaud tuvo lugar en 1712[39] . Coyer refiere a su vez, el acontecimiento que el holandés Guillermo Schouten registra en su Diario, donde menciona que encontrándose en Puerto Deseado, en tierras magallánicas, halló entre las montañas unos montones de piedras, que provocaron su curiosidad: Cubrían éstos unos huesos humanos de diez y once pies de largo. No parecía tratarse de la sepultura de algún monstruo marino[40]. Coyer enumera en su obra conocidos casos de esta raza de  Gigantes en la Historia de la Humanidad: Goliath, en el relato bíblico[41], que tenía seis codos y un palmo de alto (Libro I de los Reyes); Og, rey de Basán cuyo lecho era de nueve codos (Deuteronomio. Capítulo 3, versículo 2) de largo y esa raza de gigantes que asombró a la humanidad por su estatura y sus crímenes antes del diluvio (Génesis, capítulo 6). El esqueleto de Orión, encontrado en Candia, al cual Plinio parece atribuir cuarenta y seis codos; el cadáver del gigante Anteo, que Sertorio según relata Plutarco, hizo desenterrar en la ciudad de Tánger, y cuyo largo comprobó que era de sesenta codos. El señor Henrion, miembro de la Académie des Inscriptions et Belles Letters trajo a dicha Academia en 1718 una tabla cronológica de las tallas humanas desde la creación del mundo hasta el nacimiento de Jesucristo. En esta tabla el señor Henrion le asigna a Adán ciento veintitrés pies, nueve pulgadas y tres cuartos, y de ahí hace derivar una regla de proporciones entre las tallas masculinas y femeninas a razón de veinticinco a veinticuatro. Pero muy luego se sustrae a la naturaleza estas majestuosas grandezas. Según él Noé tenía veinte pies menos que Adán. Abraham ya sólo media veintisiete a veintiocho. Moisés se redujo a trece, Hércules a diez, Alejandro El Grande apenas quedó de seis, Julio César no alcanzaba a los cinco[42].

El norteamericano Benjamin Franklin Bourne, cautivo en 1849 por una de las tribus del Estrecho de Magallanes, describió a los Gigantes, señalando que son de cuerpo macizo; a primera vista aparecen como absolutamente gigantescos. Son más altos que cualquiera otra raza que yo haya visto; sin embargo me es imposible dar una descripción minuciosa  pues el único patrón de medida que tenía era mi propia estatura, que es de alrededor de cinco pies diez pulgadas (1, 78 m.)... todos los hombres eran por lo menos una cabeza más alta que yo. Su estatura media me parece que es cercana a los seis pies y medio (1, 98m.) y había algunos individuos que podían tener algo menos de siete pies de altura (2.13m.)[43]. Luego será el comandante Munsters quien, recorriendo el interior del continente desde el paralelo 50 hasta el 40 de latitud sur, es decir desde el Río Santa Cruz hasta el Río Negro. Munsters señala que la media es de un metro ochenta y que hay algunos que sobrepasan el metro noventa[44].

CONSIDERACIONES FINALES EN TORNO A LOS GIGANTES PATAGONES

La cantidad de crónicas que registran la existencia de los Gigantes en América es sorprendente, especialmente en la zona austral de Chile. ¿Cómo se explica este hecho? 

Se podría atribuir a la “mentalidad europea de la época”, tan supersticiosa y pagana que proyectaría éstos seres sobrenaturales a la geografía americana, pero lo sorprendente es que la existencia está registrada, en primer lugar, en un período considerable de tiempo, de por lo menos tres siglos, es decir, desde el descubrimiento del Estrecho de Magallanes, hasta una fecha relativamente tardía en el siglo XIX. 

Un segundo aspecto es el conocimiento de la existencia de los Gigantes en las poblaciones aborígenes antes de la llegada de los europeos, como lo refieren los Guari, los Araucanos y los Selk´nam, entre otros. 

Un tercer aspecto a tomar en consideración, son los cronistas, personalidades de renombre y respeto ya en su tiempo debido a su formación empírica y racionalista, como es el caso de Vespucio, Pigafetta, el padre Acosta y Claudio Gay, por mencionar sólo a algunos, registran la existencia de los Gigantes en sus obras, resultando difícil e impensable que tan doctos personajes fuesen a exponer “rumores” acerca de Gigantes en sus obras, arriesgando así sus trabajos y prestigios. 

Estos son los registros de una antigua raza de Gigantes, originaria del casquete polar antártico, que habitó la región austral americana y luego el resto del continente, en una época anterior al poblamiento asiático - mongoloide >>

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¿Mito o Realidad?


Gigantes de la Patagonia

[Nota: Las citas han sido traducidas de su idioma original, inglés o francés, por el Editor.]

patagonnes patagones
Un Matelot presentant a une Femme Patagonne un morceau de Biscuit pour son Enfant (Paris,1767) Presenta un Marinero Inglés a la Muger de un Gigante Patagon un pedazo de bizcocho para su Niño (Madrid,1769)

Gigantesco mito

Desde que los primeros europeos atravesaron el Estrecho de Magallanes en 1520, se han recibido noticias sobre los altos y robustos habitantes de la costa atlántica sur y la parte nororiental del estrecho, actualmente denominados "Aónikenk". Las apreciaciones sobre su tamaño variaba, pero en general se decía que eran bastante más altos que los europeos, a veces, muchísimo más. El cronista de Hernando de Magallanes, Antonio Pigafetta describe lo siguiente: [Pinkerton, 1812, pp. 314, 316]
Un día cuando menos esperábamos algo así, un hombre de tamaño gigante se presentó ante nosotros. […] El hombre era de tan inmensa estatura que nuestras cabezas apenas llegaban a su cintura.
y, luego:
El capitán estaba ansioso […] de transportar una raza de gigantes a Europa: con este propósito, ordenó que se arrestaran a otros dos. […] Nueve de nuestros más fuertes hombres apenas pudieron tumbarlos y amarrarlos, así y todo uno de ellos logró soltarse.
Narraciones como éstas fascinaron al público europeo, y muchos llegaron a creer en la existencia real de gigantes en la Patagonia. Después de todo, ya se conocían monstruos y gigantes literarios, desde los clásicos Goliat y Polifemo, hasta los más "modernos" como Gargantúa y Pantagruel, y los de Brobdingnag, que encontrara Gulliver en sus viajes. El catedrático Percy Adams en su concienzudo estudio del mito patagónico [Adams, 1962, capítulo 2], expone como en Gran Bretaña del siglo XVIII, esta fascinación fue utilizada para crear un sentimiento de "pasión por gigantes" y, provocó un engaño mayúsculo, irresponsable y para provecho de sus autores.

Cuentos de viajes en el siglo XVIII

Con el aumento del número de viajes desde Europa, aumentó también la cantidad de narraciones sobre tierras extranjeras que se publicaban y que eran leídas por un público cada vez más alfabetizado. Una muestra es el recuento de un viaje alrededor del mundo (1766-1769) hecho por Bougainville (ver un extracto en este sitio). Dos años antes de esta circumnavegación francesa, Bougainville había fundado una colonia en las islas que llamó Malvinas, acompañado por el Abate Pernety, que era también un gran naturalista. Una vez de vuelta en Europa en 1764, el abate decidió publicar sus impresiones de viaje, describiendo e ilustrando lo que había visto. Esta tarea era de gran magnitud, y la publicación no se logró hasta 1769.
Mientras tanto, en el verano de 1766, la prensa londinense difundió unas sensacionales noticias: los gigantes patagónicos realmente existían. La evidencia emanaba de un informe anónimo de un oficial de la Marina británica, de regreso reciente de un viaje alrededor del mundo, en el barco "Dolphin", bajo el mando del Comodoro John Byron. El interés en el tema aumentó, y prontamente se publicó un libro de autor "anónimo". En su Prefacio dice claramente: [Anonymous, 1768, Prefacio, 2a página]
El lector de esta obra tiene el derecho a esperar verdades, y no resultará decepcionado.
Ergo, las antiguas historias de gigantes patagónicos eran verdaderas. Para eliminar cualquier duda en la mente de los lectores la imaginativa ilustración de la portada (arriba) visualizaba la idea.
Estas afirmaciones causaron impacto internacional y, rápidamente, aparecieron traducciones del libro en París, Madrid y Florencia. Las opiniones, tanto científicas como populares, estaban divididas: algunos ridiculizaban la idea; mientras que otros, más crédulos, estaban convencidos. Sea como sea, el libro anónimo se vendió bien. Otras publicaciones sobre Patagonia también tuvieron buena acogida, entre ellas, la obra de Byron sobre el desastre del Wager (1741).
No es para sorprenderse que el abate Pernety haya prestado atención a todo esto; lo controvertido del tema, probablemente, lo llevó a agregar, a su propia obra, los informes de dos capitanes de Bougainville, (Duclos-Guyot y Giraudais). Era lo lógico: ambos capitanes habían estado, no hacía mucho (1766), en contacto con los patagones, y los habían tratado de cerca por varias semanas, mientras los franceses trabajaban en el estrecho de Magallanes recolectando madera para Malvinas. Es interesante notar que el abate nunca vio personalmente a los Aónikenk.

patagones patagones
Patagones (Pernety, Berlín,1769) Patagones (Pernety, Londres,1771)

El libro del Abate Pernety: Publicado en Berlín (1769)

El abate Pernety parece convencido de la verdad de la reciente publicación inglesa de autor anónimo. En el Prefacio de su propio libro impreso en Berlín (1769), él citó la sección donde los hombres de Byron ven a los nativos por primera vez: [texto original]
En la orilla, vieron hombres de un tamaño prodigioso. […] Su altura era tan extraordinaria que aún sentados eran casi tan altos como el Comodoro parado. […] Su talla promedio parecía ser de alrededor de ocho piés, y la más alta de nueve piés y más.  [Pernety, 1769, Prefacio, pp. V-VI]
Además, el abate Pernety criticaba a aquéllos que, por vanidad u orgullo, no querían aceptar esta reciente evidencia de la existencia de los gigantes. Ahora otra ilustración se agregaba a sus esbozos científicos: la de una familia de gigantes patagónicos en presencia de un diminuto oficial en uniforme (arriba, izquierda).
Cuando Pernety explicaba la razón para incluir los relatos de los capitanes franceses, hacía hincapié en que sus relatos serían más exactos, puesto que ellos habían pasado más tiempo, que los ingleses, con los patagones. Sin embargo, la opinión a favor de la existencia de tamaños gigantes adoptada por Pernety, no se ve sustentada por los textos de los capitanes. Dos cortos ejemplos dicen:
Medimos al más bajo de ellos, y mi hermano dijo que eran 5 piés 7 pulgadas, medida francesa. Los otros eran considerablemente más altos  [Duclos-Guyot]
Aunque mido más de 5 piés 7 pulgadas (medida francesa), una de esas capas puesta en mis hombros (como la usan los patagones), se arrastraba en el suelo al menos un pié y medio.  [Giraudais]

El libro del Abate Pernety: París (1770) y Londres (1771)

La edición impresa en París (1770) del libro del Abate incluye la misma cita del libro Anónimo que había usado en la edición de Berlín (1769). Para agregarle "caché", esta vez se cuenta también el siguiente episodio que, según él dice no aparecía en la traducción al francés del libro Anónimo: [texto original]
Las mujeres de los patagones acariciaron también al Comodoro Byron; pero, las atenciones que él rechazó eran aún más expresivas; ellas coquetearon, dice el historiador inglés, tan seriamente conmigo que me costó mucho sacármelas de encima.  [Pernety, 1770, pp. 44-47]
El libro presenta una larga Introducción. Uno de los temas principales trata sobre el tamaño de los seres humanos en general, y el de los patagones, en particular. El autor parecía reconocer el derecho a disentir: [texto original]
No quiero imponer mis opiniones a nadie: Sé que la mayoría de los viajeros que atravesaron el Estrecho de Magallanes en el siglo XVII sólo vieron hombres de talla normal en Patagonia; entonces, concluyeron que sus predecesores habían sido engañosos o engañados; los escépticos rápidamente adoptaron una postura que los eximía de creer y la existencia de los Gigantes pronto fue relegada al área de "mentiras impresas".  [Pernety, 1770, p. 47]
No obstante, sus comentarios finales demuestran que aceptaba lo contenido en el informe inglés de la expedición de Byron: [texto original]
Sobre todo, un Gigante no era un monstruo; la altura de los patagones es más del doble de la nuestra; el volumen del cuerpo, ocho veces mayor; estos factores no causan problemas en su economía orgánica. Que un hombre de diez piés se una a una mujer de la misma talla, nace un pueblo, y la Naturaleza se justifica. [Pernety, 1770, Discours Preliminaire, p. 58]
La creencia ciega triunfaba sobre la razón: el autor simplemente no tomaba en cuenta la evidencia presencial de los capitanes franceses Duclos-Guyot and Giraudais.
La traducción al inglés del libro de Pernety, publicada en 1771, perpetuaba el mito al repetir la redacción de la versión de 1769. Además, incluía una nueva ilustración, aún más exagerada que la anterior.  [Pernety, 1771, entre pp. 272-273]

Achicando el mito

La versión oficial del viaje de Byron fue publicada finalmente hacia 1773. Para ese entonces, emergía un panorama un poco más creíble: se moderó la idea de gigantismo, anteriormente promovida por ilustraciones como las aquí presentadas. Sin embargo, persistía la percepción de la altura fuera de lo común de los Aónikenk. Así tenemos: [texto original]

Uno de ellos que más tarde resultó ser el Jefe, vino hacia mí: era de tamaño gigantesco y parecía encarnar los cuentos de monstruos en forma humana: […] Si tuviera que calcular su altura en proporción a la mía, no sería mucho menos de siete piés.  [Hawkesworth, 1773, Vol. 1, p. 28]
Altos, sí; pero no, gigantes. Era hora de achicar el mito y dejarlo de lado. Por más de un siglo, medidas posteriores de los Aónikenk arrojaron en promedio alturas de 6 piés (1.83m) para varones, y de 5½ piés (1.68m) para mujeres – planilla  [Martinic, 1995, p. 41]

Reflexiones finales

¿A qué se debió entonces la continuada exageración? Quizá fuera una combinación de factores sicológicos - vestimenta, preconceptos superstición o temor - añadido al menor tamaño de los europeos antiguos. Ahora que, lamentablemente, los Aónikenk están extinguidos, sólo podemos saber más con la ayuda de historiadores y arqueólogos.
En cuanto a la información contradictoria presentada en el libro del Abate Pernety, nunca sabremos bien: ¿fue su creencia en la existencia de gigantes más fuerte que los datos de primera mano que le fueron presentados?, o ¿somos testigos de una astuta técnica de mercadeo ya en el siglo XVIII, destinada a vender más libros? Decida el lector.

Duncan S. Campbell y Gladys Grace P.
Primera edición, julio 2012

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