jueves, 22 de mayo de 2014

LA VUELTA AL MUNDO DE MAGALLANES Y ELCANO





Fuente (21/05/2014 - 16:06:15): Radio Polar



Entre los siglos XV y XVI, España y Portugal libraron una magnífica lucha por la conquista de los mares. Si Cristóbal Colón cruzaba por primera vez el Atlántico y llegaba a América, Vasco de Gama se convertía en el primer hombre en circunnavegar África y llegar a las Indias en 1497, precisamente el destino que el marino genovés ansiaba. Una de las expediciones más extraordinarias de esta época se produjo en 1515, fue capitaneada por un marino portugués, Fernando Magallanes, pero se realizó bajo pabellón español y fue concluida por un marino vasco llamado Juan Sebastián Elcano. Fernando de Magallanes fue un hombre de mar desde que tuvo uso de razón. Nació en el seno de una familia noble en Vila de Sabrosa y se educó para ser marino. A los 25 años viajó a las Indias en la expedición de Francisco de Almeida y conoció la Isla de las Especias. Poco después participaría en una expedición militar en Marruecos, donde fue herido en una rodilla, lesión que le dejaría una ligera cojera.

Tras aquella incursión militar Magallanes rompería relaciones con el reino portugués. El ejército le acusaba de haber comerciado ilegalmente con los moros y este acusaba al ejército de haberle negado la pensión que le correspondía por su herida de guerra. De ese modo y tras haber propuesto de forma infructuosa sus proyectos para explorar nuevas rutas al rey de Portugal, Manuel I el Afortunado, Magallanes cruza la frontera y se asienta en España, afincándose en Sevilla. Allí casa con una mujer sevillana, Beatriz Barbosa, hija de un oficial del ejército y tiene un hijo con ella. Sin embargo, la vida sedentaria no está hecha para Magallanes, que acude a la Corte para presentarle a Carlos I su último proyecto. Su idea es encontrar un paso al sur del nuevo continente que le permita llegar a las Indias por occidente, puesto que el paso por oriente, abierto por Vasco da Gama, estaba controlado por Portugal.

En definitiva, se trata de completar el viaje de Colón a las Indias Orientales que le permitieron descubrir América. El monarca español aprueba el proyecto, pero lo condiciona a que una parte importante de la financiación sea privada. Carlos I ofrece a Magallanes un veinteavo de los beneficios, el monopolio de la ruta por diez años y la gobernación de las tierras e islas que descubran. La clave de la expedición era el hallazgo de un paso que uniera el Atlántico con el Mar del Sur, el Océano Pacífico descubierto por Núñez de Balboa en 1513. El riesgo, que tal paso no existiese y el continente americano se uniese con el Polo Sur o más bien con lo que entonces se llamaba ‘Terra Australis Incognita’, término usado en la Grecia clásica por Aristóteles y Eratóstenes y que se refería a la gran masa de tierra o hielo que debería haber en el cono Sur para servir de contrapeso a la del Norte y evitar que la Tierra se diera la vuelta.

Con tales retos y propósitos partió Fernando de Magallanes un 20 de septiembre de 1519 del puerto de Sanlúcar, con cinco buques y 235 hombres. Entre ellos iba un marino guipuzcoano, natural de Gueteria que se había forjado en la pesca costera y de altura junto a su padre. Su nombre era Juan Sebastián Elcano, tenía experiencia militar, pues había participado en la conquista de Argel que dirigió el cardenal Cisneros y había completado su formación como piloto en la Casa de Contratación de Sevilla.

El viaje estuvo lleno de complicaciones, sobre todo por la mala relación existente entre Fernando de Magallanes y su segundo de a bordo, Juan de Cartagena, que acusaba al capitán de autoritarismo y de tomar decisiones al margen de su junta de capitanes. Como Cartagena no ocultaba su descontento y discutía a menudo con el portugués, este llegó a colocarle un cepo y barajó dejarle así toda la travesía, aunque finalmente desistió al ver que la tripulación se ponía de parte del preso. Ante tales desavenencias no es extraño que al tomar tierra en la Patagonia para pasar el invierno estallase una rebelión capitaneada por Cartagena. Magallanes reprimió a los sublevados con dureza y ejecutó a los más beligerantes, pero luego fue indulgente con los españoles y se limitó a abandonar al cabecilla, Juan de Cartagena, en tierra.
  

De nuevo en travesía, Magallanes encontrará el paso ansiado, entre Tierra de Fuego y el continente, al que llamará Estrecho de las Once Mil Vírgenes pero que quedará para la posteridad con el nombre de Estrecho de Magallanes. 

http://www.joh.cam.ac.uk/sites/default/files/images/article_images/library-munster_america_big.jpg  Fuente mapas

Al otro lado del paso se extendía el ansiado Océano Pacífico, sin embargo los marineros vivirán entonces los momentos más agónicos del viaje. Sin apenas víveres que llevarse a la boca, el escorbuto empezará a hacer mella en la tripulación. Veintiún hombres perdieron la vida y los que sobrevivieron, tuvieron que alimentarse de ratas y gusanos, llegando a asar el cuero de las jarcias. Por fin avistaron las Islas Marianas y pudieron aprovisionarse de agua y frutas. En aquel punto de la travesía tomaron tierra con cierta asiduidad, saltando de isla en isla hasta que llegaron a las Filipinas.

Alí, en la isla de Matcam encontraría la muerte el capitán de la expedición, Fernando de Magallanes, tras un ataque del cacique local que obligó a salir despavoridos a los españoles. Otros 72 hombres caerían en una emboscada al tratar de congraciarse con los caciques de las otras islas. La flota había quedado en cuadro y la expedición perdía a sus mejores navegantes. A la muerte de Magallanes le siguió un período caótico donde varios capitanes pugnaban por el liderazgo de la expedición. Tras varios ensayos, se hizo con el mando un triunvirato formado el capitán de la Trinidad, Gómez Espinosa, un piloto al que llamaban Pocero y Juan Sebastián Elcano, que se puso al frente.

La única razón de aquellos valientes sería desde entonces la supervivencia. Tras más de veinte meses embarcados, el escorbuto y las infecciones diezman a la tripulación, las corrientes destruyen las naves y los portugueses acechan para robarles sus descubrimientos. Así ocurrió, de hecho, tras doblar el Cabo de Buena Esperanza, cuando la nao Victoria fue retenida en Cabo Verde. Se trata sin embargo del último obstáculo. El 15 de julio lograrán zarpar y el 6 de septiembre, los españoles ponen fin a la agonía besando la tierra gaditana de Sanlúcar.

Hacía dos años, once meses y 17 días que había partido con cinco vigorosos barcos y más de doscientos tripulantes. A Sanlúcar sólo llegaría la nao Victoria con 18 supervivientes.






Había recorrido casi 80.000 kilómetros y navegado los dos océanos más extensos de la tierra. Quizás la ruta no sirvió de mucho en el plano económico – al menos no inmediatamente – puesto que se trataba de una ruta costosa y demasiado arriesgada, pero el viaje sirvió para constatar empíricamente que la tierra era redonda, una teoría que no por extendida dejaba aún de ser cuestionada. Carlos V recompensaría a Elcano con un sueldo de 500 ducados y un escudo de armas con un globo terráqueo y la inscripción ‘Primus circumdedisti me’. Pero por encima de todo, la hazaña sería una nueva exhibición de espíritu ante Europa, una más de aquel siglo que encumbró a España como la más gloriosa y esforzada nación de la tierra.

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