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Cerro Guido -Si este es el hueso que ustedes están desenterrando, no consigo imaginarme el tamaño del perro que lo escondió.Por Jimmy Scott - El Mercurio |
El 25 de junio de 1960
Esto pasó en nuestra región: Informan sobre el hallazgo de huesos gigantes de humanos
Por Bernardo Veksler
Alrededor de esta fecha, se propaga la noticia de que el
chilote–tehuelche José Hueichatureo Chicuy había descubierto un túmulo
funerario en la estancia Guido, en las proximidades de las Torres del
Paine. Según la versión, se había encontrado una tibia humana, bien
conservada, de un tamaño muy superior a las normales.
La información daba cuenta que el hallazgo fue registrado en
dependencias policiales y que periodistas de Punta Arenas lo habían
observado. El hueso, junto a los demás restos, se creían contemporáneos a
los relatos formulados por Antonio Pigafetta y Hernando de Magallanes,
que tuvieron gran repercusión entre los europeos y construyeron el mito
de los gigantes patagónicos. Magallanes se asombró por el tamaño y la
fuerza de los aborígenes que los llamó patagones y así se identificó a
la región.
Pigafetta fue quien primero registró estos encuentros, probablemente en
la bahía de San Julián o en la desembocadura del río Santa Cruz. La
descripción de vestimentas, pinturas y modo de ser de estos patagones
coincide absolutamente con la que tendremos más delante de los
tehuelches. Así lo escribió en su diario: “Un día, de repente vimos a un
hombre desnudo de estatura gigante en la orilla del puerto, el baile,
el canto, y arrojando tierra sobre su cabeza (…). Cuando el gigante
estaba en la Capitanía General de y nuestra presencia, se maravilló
mucho, e hizo las señales con un dedo levantado hacia arriba, en la
creencia de que habíamos llegado desde el cielo. Era tan alto que hemos
llegado sólo hasta la cintura, y estaba bien proporcionado”.
Otros navegantes alimentaron este mito. En 1579, Francis Drake escribió
acerca de un encuentro con patagones muy altos. En 1590, Anthonie Knivet
afirmó que había visto cadáveres humanos de 3,7 metros de largo en la
Patagonia.
En 1766, la tripulación capitaneada por John Byron aseguró haber visto a
una tribu de la Patagonia de 2,7 metros de altura. Luego, se dieron
mayores precisiones y se redujo la estatura de los patagones a unos dos
metros.
Estos antecedentes forjaron la creencia de que hubo una etnia de gigantes que misteriosamente desapareció de la región.
( Fuente 25 jun. 2014:
www.eldiariodelfindelmundo.com/ )
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"Hubieron
de transcurrir 443 años para que la ciencia rehabilitara la validez de
las descripciones de Antonio Pigafetta. Fue en el otoño de 1962. Y la
reivindicación vino precisamente a través de un indígena, don José
Hueichatureo Chicuy, de la nación de los Hulliches señores del
archipiélago de Chiloé. Era obrero agrícola en la estancia Cerro Guido,
junto a los hermosísimos picos conocidos como las Torres del Paine. Su
pasión era coleccionar puntas de flecha y boleadoras prehistóricas, y
notó un túmulo que le pareció prometedor. Con cuidado hizo un surco al
borde de la colina artificial. Luego se acercó llevando un azadón. Lo
que descubrió enseguida lo dejó helado: emergiendo de la tierra
sobresalía un enorme hueso negruzco, una tibia humana pero muchísimo más
grande que la tibia de un caballo percherón.
Por fortuna Hueichatureo Chicuy trabajaba para gente muy culta que
disponía de medios suficientes. Junto con avisar a la policía se invitó a
los periodistas de Punta Arenas. Asimismo, un telegrama urgente era
despachado a París, donde los estancieros tenían una antropóloga amiga,
Mme. Emperaire.
Se trataba de un túmulo funerario familiar, y su antigüedad no era
mucha: alrededor de 500 años. Es decir, los restos que allí yacían
pertenecían a patagones contemporáneos de Antonio Pigafetta. Los
cálculos antropométricos determinaron que la estatura de estos
aborígenes oscilaba entre los 2.8 y los 3.2 metros... exactamente la
estatura descripta por el joven italiano. Eran los restos palpables de
los legendarios habitantes de la Patagonia, los gigantes patagones." ( Ver fuente )
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Artículo en La Prensa Austral
El cerro Guido se encuentra ubicado a
109 kilómetros al noreste de Puerto Natales, en la comuna de Torres del Payne,
en la sierra Contreras, próximo a la frontera con Argentina y a 40 kilómetros
de la villa Cerro Castillo.
El área en
torno al cerro se caracteriza por ser una zona históricamente ganadera. El
topónimo, tanto del cerro Guido como de la estancia Cerro Guido
se le atribuye al legendario explorador argentino Carlos María Moyano, quien, entre
1883 y 1884, recorrió el territorio interior de Ultima
Esperanza, bautizando de paso a este prominente cerro con el nombre de Tomás
Guido, un destacado militar y político de su país,
impulsor de
las expediciones exploratorias a los territorios australes. Años más tarde, la
estancia del lugar, que originalmente se llamaba Silesia, fue
adquirida por la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego y junto al sector, pasó
a tomar el nombre del cerro homónimo.
Un grupo de arqueólogos
de la Umag llegó a la
cima del cerro verificando
la existencia de tumbas
indígenas
El
arqueólogo de la Universidad de Magallanes, Alfredo Prieto, señala que es de
especial interés arqueológico y turístico, ya que en la cima del cerro
Guido se confirmó la existencia de un chenque o enterratorio indígena que fue
utilizado para este fin por más de 400 años. Añade que existía
una leyenda que se originó en la provincia de Ultima Esperanza, sobre la
existencia de un cementerio indígena en la cima del Cerro Guido. Estos relatos
llevaron a Anette Laming-Emperaire a ascender el cerro, en su búsqueda. Sin
embargo, no logró hallarlo.
A mediados del siglo XX, Juan Mergudic y Tomás
Pavicic ascendieron a la cima del cerro encontrando una pila de piedras con
huesos humanos, lo cual correspondería a enterratorios indígenas ya saqueados anteriormente.
Más tarde, en 1993, un grupo de arqueólogos de la Umag llegó al sitio verificando
la existencia del chenque. Aquí el año 2007 los investigadores de la Umag,
Susana Morano Büchner, Víctor Sierpe González, Pedro Cárdenas y Alfredo Prieto
Iglesias recuperaron restos de al
menos siete individuos, entre ellos tres adultos, un juvenil y tres infantes.
En todos los casos los esqueletos estaban incompletos.
Es bien
conocido que algunos pueblos trataban de alejar definitivamente a sus muertos,
que se transformaban en seres hostiles y dañinos. Esta sería
la razón por la que los aborígenes es cogieron un lugar tan alejado y a tanta
altura.
El salvataje
del legendario cementerio de Cerro Guido puso término a más de medio siglo de
especulaciones acerca de su existencia.
La altura
aproximada del Cerro Guido es de 1.270 metros, lo que lo sitúa como el chenque más
alto registrado hasta ahora en la Patagonia Austral.
Además, podría indicar que los eventos funerarios se produjeron en los meses
estivales en que la cumbre del cerro se encuentra libre de nieve, sólo
entre noviembre y febrero.
y fue reutilizado recurrentemente entre ca. 1155 y 495 AP (Morano Büchner et al. 2009)
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Susana Morano Büchner, Víctor Sierpe González y Alfredo Prieto Iglesias
" El salvataje del legendario “cementerio” de cerro Guido, culminó con una definición del sitio en cuanto a su posición, tamaño y características, en defnitiva, puso fin a a más de medio siglo de especulaciones acerca de su existencia. La altura en que se encuentra éste (1270 ms.n.m.), lo sitúan como el más alto registrado hasta ahora en Patagonia Austral, y nos lleva a plantear cuestiones acerca de la inversión diferencial de tiempo (costo de transporte) para individuos de los valles cercanos y de las alturas. Además, podrían indicar que los eventos funerarios se produjeron en los meses de verano, tal vez no más de tres, enque la cumbre del cerro se encuentra libre de nieve (sólo entre noviembre y febrero), hoy en día.
El chenque de cerro Guido, concuerda con otros chenque encontrados en la Patagonia Argentina y Chilena.
El sitio fue utilizado durante un período comprendido desde los 1030 AP y los 370 AP. Esta reutilización es trascendental a la hora de plantearse cuestiones acerca de la persistencia de territorialidad.
Con la información obtenida de los restos humanos, se puede decir que este chenque se utilizaba para individuos adultos y subadultos. Aparentemente no habría una diferenciación en el tipo de enterratorio de acuerdo al rango de edad.
La presencia de otros chenques y enterratorios enlos alrededores, como el de cerro Los Escorpiones, hallado en el marco de este proyecto y que se encontraba saqueado, y la pila de piedra encontradacamino al cerro Guido, abre la interrogante acerca de si se trató de “estaciones” hacia la cima, o de prácticas distintas y distantes en el tiempo sin relación alguna entre sí.
La abundancia de colorante en la preparación del depósito es evidencia de una gran inversión en el ritual. La fuerte impregnación de colorante en los huesos de este individuo podría indicar que se trataba de un entierro secundario, esto apoyado conjuntamente por la disposición de los restos inhumados, que más bien se trataba de un paquete de huesos, el cual no mostraba correlación anatómica entre las piezas óseas.Se encontró en el valle del río Baguales a unos 25 km al norte un depósito de tierras rojas que pudieron ser usadas como fuente de colorante, aunque no se puede asegurar que esa fuera la misma.
En el sector más bajo del chenque se halló un conjunto de fragmentos y microlascas de obsidiana gris veteada. Se trata en su mayoría de fragmentos que parecen haber sido percutidos sin plan. En algunos casos se trata de pequeños prismas con reserva de corteza en tres de sus cuatro caras que no pudieron tener otro en que depositar como ajuar una materia prima considerada valiosa. Según los estudios hechos por Stern y Franco (2000), estetipo de obsidiana provendría de la sierra Baguales, a unos 40 km al norte del cerro Guido. Finalmente el trabajo realizado en este sitio permite señalar que, aunque los sitios hayan sidosaqueados, siempre es posible obtener alguna información de interés de sus restos. El contexto de los chenques, como unidades discretas, como ya es sabido (Beron et al . 2000; Goñi y Barrientos 2000), encierra una historia de reutilizaciones que resulta interesante para la cuestión de territorialidad. El análisis posterior de la obsidiana y el colorante puede indicar parte de la extensión de su territorio o su área de infuencia."
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Fotos: Quinta vértebra lumbar con espina bífida e Incisivo central con hipoplasia de esmalte.
Rescate del Chenque de Cerro Guido”
667
Morano Büchner
et al.
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- Las Crónicas Históricas -
Los Gigantes del Confín del Mundo
<< Posiblemente, los Gigantes Patagones del extremo Sur sean los más reconocidos de
América, quienes generaron gran impacto a los testigos occidentales tanto por su
considerable tamaño como por sus expresiones y manifestaciones culturales. Se
emplazaban en la zona patagónica, hasta el Cabo de Hornos.
Antonio de Herrera, cronista oficial del Rey Felipe II, expresa el siguiente
episodio en relación con los Gigantes Patagones:
Iba el capitán general reconociendo los puertos de la parte del sur, y
halló muchos, tan buenos, que sin amarras podían estar las naos seguras, y
esto fue á los veinte y dos de abril, y aquella noche llegaron á bordo de las
naos dos canoas de indios, que parecían que amenazaban; y porque eran hombres
de grandes cuerpos, algunos les llamaron jigantes y otros los han dicho
patagones, y por no haber hallado mucha conformidad en los que refieren las
cosas destos hombres no se dirá aquí otra cosa dellos.
En la Historia General
y Natural de las Indias
(1526) de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, aparece en el capítulo VI
titulado Cómo el capitán general, frey Garcia Jofré de Loaysa, se juntó con
las otras naos de la armada, y de otra fortuna que se les siguió, y de los
jigantes y gente del estrecho de Magallanes, el cual nombre á éstos jigantes
patagones se los dio Magallanes, la siguiente crónica:
Y así siguieron hasta una legua delante de la bahía de la Victoria é hallaron
muchos ranchos y chozas de los patagones, que son hombres de trece palmos de
alto y sus mujeres son de la mesma altura. Y luego que los vieron salieron las
mujeres á ellos, porque sus hombres eran idos á caza é gritaban y capeaban á
estos cripstianos, haciéndoles señales que se detoviesen atrás: pero los
cripstianos, como tenían ya costumbre de hacer la paz con ellos, luego
comenzaron á gritar diciendo o o o, alzando los brazos y echando las armas en
tierra y ellas echaban asimesmo los arcos é hacían las mesmas señales, é luego
corrieron los unos para los otros y se abrazaron.
Decía este padre don Joán que él ni alguno de los cripstianos (que allí se
hallaron) no llegaban con las cabezas á sus miembros vergonzosos en el altor
con una mano, cuando se abrazaron, y este padre no era pequeño hombre sino de
buena estatura de cuerpo. Luego, los cripstianos les dieron cascabeles y
agujas y otras cosas de poco precio, é los cascabeles ensartábanlos en hilos é
ponianlos en las piernas é como se meneaban y oían sonidos dellos, daban
brincos y saltos con ellos y espantábanse de los cascabeles é con mucha risa
gozábanse maravillados dello. Yo quise informarme que cómo sabían esos
cripstianos y el clérigo que lo ques dicho era la costumbre de se hacer la paz
con esas gentes jigantes é dijóme que ya habian visto antes de aquestos
hombres, como adelante se dirá en el capítulo siguiente. Los arcos eran cortos
y recios y anchos, de madera muy fuerte, y las flechas como las que usan los
turcos y con cada tres plumas, y los hierros dellas eran de pedernal, á guisa
de arpones ó rallones bien labrados. E son muy grandes punteros y tiran tan
cierto como nuestros ballesteros ó mejor. Traen en las cabezas unos cordeles,
en torno sobre las orejas, y entrellas y la cabeza ponen las flechas á guisa
de guirnalda, con las plumas para arriba, y de allí las toman para tirar, y
desta manera salieron aquellas mujeres. Es gente bien proporcionada en la
altura ques dicho, andan desnudos, que ninguna cosa traen cubierta sino las
partes menos deshonestas de la generación é allí traen delante unos pedazos de
cuero de danta. Este nombre danta dánsele los cripstianos á aquellos cueros,
no porque sepan que son de dantas, que á verdad no lo son, sino unos animales
que tienen el cuero grueso, como de danta ó mas.
Más adelante, en la misma obra de Fernández de Oviedo, en el capítulo VII,
titulado De lo que acaesció al clérigo don Joán de Reyzaga y sus compañeros
con los patagones jigantes é de la prosecución de su camino en busca de las naos
y armada, se señala:
Así como las mujeres jigantas que es dicho hicieron las paces con esos
cripstianos lleváronlos á sus ranchos donde vivían é aposentáronlos uno á uno
por sí separados por los ranchos é diéronles ciertas raíces que comiesen, las
cuales al principio amargan, pero usadas, no tanto, y diéronles unos
mujiliones grandes, quel pescado de cada uno era más de una libra y de buen
comer. No desde á media hora questaban en los ranchos, vinieron los hombres
desas mujeres de caza é traían una anta que habían muerto, de más de veinte ó
treinta arreldes, la cual traía á cuesta uno daquellos gigantes, tan suelto y
sin cansancio, como si pesara diez libras. Así como las mujeres vieron á sus
maridos, salieron á ellos é dijéronles cómo estaban allí esos cripstianos y
ellos los abrazaron de la manera que se dijo de suso y partieron con ellos u
caza y comenzaron de la comer cruda como la traían, quitando lo primero el
cuero, y dieron al clérigo un pedazo de hasta dos libras. El cual lo puso al
fuego para lo asar sobre las brasas y arrebatólo luego uno daquellos jigantes,
pensando que el clérigo no lo quería, é comióselo de un bocado, de los cual
pesó el clérigo, porque había gana de comer y lo había menester. Comida la
danta, fueron á beber á un pozo, donde estos cripstianos fueron asimesmo á
beber, y uno á uno bebían los jigantes con un cuero que cabía más de una
cántara de agua, é aún dos arrobas ó más, y había hombres daquellos patagones
que bebían el cuero lleno tres veces á reo, y hasta que aquél se hartaba los
demás atendían.
También bebieron los cripstianos con el mismo cuero, y una vez
lleno bastó á todos ellos y les sobró agua, y maravillábanse los jigantes de
lo poco que aquellos cristianos bebían. Como hobieron acabado de beber, se
tornaron los uno y los otros á los ranchos, porque el pozo estaba desviado
dellos en el campo, é ya era anochescido é aposentáronlos uno á uno, como ya
se dijo.
Estos ranchos eran de cuero de danta, adobado como muy lindo y
polido cuero de vaca, y el tamaño es menor que de vaca, y pónenlo en dos palos
contra la parte de do viene el viento, é todo lo demás es estar descubierto al
sol y al agua, de manera que la casa no es más de lo que es dicho y en eso
consiste su habitación, é toda la noche están gimiendo y tiritando de temblor
del excesivo frío (porques frigidisima tierra á maravilla), y es necesario que
los vea, porque está en los cincuenta y dos grados y medio de la otra parte de
la equinocial, á la parte del antártico polo. No hacen fuego de noche, por no
ser vistos de sus enemigos, y de continuo viven en guerra, y por pequeña causa
ó antojo mudan su pueblo y casas sobre los hombros y se pasan á donde quieren,
que son tales como he dicho. Esta vecindad ó ranchos eran hasta sesenta ó más
vecinos y en cada uno dellos más de diez personas. Toda aquella noche
estovieron estos pocos españoles con mucho deseo y temor, esperando el día par
se ir, si puidiesen, en paz á donde habían dejado su nao; la cual quedaba más
de cuarente leguas de allí, y no tenían qué comer ni dineros para lo comprar,
y caso que los tovieran, aquella gente no sabe qué cosa es moneda. Cuando á la
mañana se despidieron de los jigantes, fue por señas no bien entendidas de los
unos ni de los otros, y guiaron los españoles hacia la ribera y costa, por ver
si hallarían con diligencia alguna señal ó vestigio de las naos, porque, como
tengo dicho, allá estuvieron surtas la capitana y otras dos.
Bien creían estos compañeros, segund este clérigo decia, que aquellos jigantes
hicieran lo que después hicieron, sino fuera por un perro que llevaban
consigo, de quien aquella gente temía mucho, porque el perro se mostraba tan
feroz y bravo contra ellos, que apenas lo podían tener los cripstiano ó
refrenar su denuedo. Así como llegaron á la costa, vieron maderas y cepos del
artilleria y botas que la nao, con la fortuna que se dijo, había alijado, y
por esto sospecharon lo que les habia acescido, é prosiguieron su camino. E
cuando fue de noche llegáronse á la costa y hallaron algund marisco y lapas,
que comieron crudas, y echáronse á dormir, haciendo hoyos en la arena y
cubriéndose con ella, excepto las cabezas, é pasaron esa noche mucho frio y
hambre, allende del cansancio.
Posteriormente, en el mismo capítulo, los Gigantes Patagones vuelven a ser
mencionados:
El día siguiente, continuando su jornada, perdieron un compañero, que se decía
Johan Pérez de Higuerola, y quedaron el clérigo y los otros dos hombres, é
cuando quiso amanescer vieron más de dos mill patagones ó jigantes (este
nombre patagón fue á disparate puesto á esta gente por los cripstianos, porque
tienen grandes piés; pero no desproporcionados, segund la altura de sus
personas, aunque muy grandes más que los nuestros), y nenían hacia los
cripstianos alzando las manos y gritando, pero sin armas y desnudos. Los
cripstianos hicieron lo mismo y echaron las armas en tierra y fuéronse a
ellos, porque, como tengo dicho, esta es la manera y forma de salutación ó paz
que aquellas gentes usan cuando se ven con otros, é abrázanse en señal de
seguridad ó amor. E así se hizo, y fecho aquesto, alzaron á estos tres
cripstianos de uno en uno sobre las cabezas, y lleváronlos un cuarto de legua
grande de allí á un valle, donde había un grand número de ranchos, segund los
que quedan dichos, á manera de gran cibdad, armados en aquel valle. Y luego
hicieron traer sus arcos y flechas y penachos para las cabezas y también para
los piés, é desque hobieron tomado los arcos y penachos los tormaron á alzar y
movieron de allí, é apartados una legua grande de los ranchos, que ya no los
odían ver, tornaron á tomarlos en peso y despojáronlos, é traían entre menos
estos cripstianos, mirándolos como espantados de ver su pequeñez y blancura, é
trabábalos desde sus naturas, é parte por parte, cuanto tenía la persona de
cada español destos, palpaban y consideraban. E los trían así entre si con
mucho bullicio, tanto, que esos pescadores españoles sospecharon que los
querían comer é que quisieran también informase del gusto de tal carne y ver
qué tales eran de dentro en lo interior de sus personas, y así con mucho temor
se encomendaban á Dios el clérigo don Johán de Areyzaga y sus compañeros. E
quiso Nuestro Señor socorrerlos en tanta necesidad y librarlos desta salvaje
generación jigantea, porque muchas veces armaron los arcos y pusieron flechas
en ellos, haciendo señales que los querían tirar y asaetearlos. Pasadas tres
horas ó más que en esto pasaban tiempo, vino un mancebo que en su aspecto
parescía muchacho, y con él otros veinte jigantes, los cuales traían sendos
arcos y sus flechas, y cubiertos los estómagos con unos cueros blandos y
peludos como de carneros muy finos y con muy hermosos penachos blancos y
colorados de plumas de avestruces. Al cual cómo le vieron los otros jigantes,
todos se sentaron en tierra é bajaron las cabezas, y hablaron algund poco
entre sí, como quien reza en tono bajo, y ninguno alzaba los ojos del suelo,
aunque eran más de dos mill los que habían despojado á estos tres cripstianos,
que cada momento pensaban que sus días eran cumplidos y que aquel jigante
mancebo debiera ser su rey é que venía á dar conclusión en sus vidas. Lo que
pudieron entender fue que les paresció á estos españoles que aquel jigante
mancebo reprendía a los otros, y tomó al clérigo don Johán por la mano y lo
alzó en pié, el cual, aunque parescía de diez y ocho ó veinte años, y el don
Johan de veinte y ocho ó más, y era de buena y mediana estatura y no pequeño,
no llegaba á sus miembros vergonzosos en altor. E puesto en pié, llamó a los
otros dos españoles é hizoles señal con la mano á que fuesen, é al dicho don
Johán uno de los veinte que vinieron á la postre con aquel capitán ó rey
mancebo, le puso un grand penacho en la cabeza. E así se partieron en carnes
desnudos estos tres compañeros é no osaron pedir sus vestidos, porque viendo
la liberalidad de aquel principal, sospecharon quél pensó que así debían andar
y que si hicieran señas pidiendo la ropa, que, aunque, se la mandase dar,
tomaría saña y haría algund castigo en los primeros jigantes, é hobieron por
mejor no le alterar é irse sin los vestidos, pues les dejaban las vidas. E
prosiguieron su viaje por la costa con grandísima hambre y sed y frío, y
llegados á la mar, hallaron un pescado muerto, que parescía congrio, quel agua
le había echado en la playa, é comiéronle crudo y no les supo mal.
Traían aquellos jigantes pintadas las caras de blanco y rojo y jalde, amarillo
y otros colores; son hombres de grandísimas fuerzas, porque decía esto el
clérigo don Johán que á todos tres servidores, ó cámaras de lombardas de
hierro, tan grandes que cada servidor ó verso pesaba dos quintales ó más, los
alzaban de tierra con una mano en el aire más altos que sus cabezas. Traen muy
hermosos penachos en las cabezas y en los piés, y comen la carne cruda y el
pescado asado y muy caliente. No tienen pan, ó si lo tienen, estos cripstianos
no lo vieron, sino unas raíces que comen asadas y también crudas, y mucho
marisco de lapas y mujiliones muy grandes asados, y hostías mucho grandes, de
que se puede sospechar que también serán las perlas grandes. En aquella costa
mueren muchas ballenas sin que las maten, é la mar brava las echa en la costa,
y aquestos jigantes las comen.
Decía este padre clérigo que antes de todo lo que es dicho, estando seis
jigantes destos en una nao desta armada, este clérigo y otros dos compañeros
salieron en tierra, por ver algo de las costumbres desta gente, y que,
llegados en una valle. Donde hallaron ciertos jigantes destos, los cuales se
sentaron en rengle é hicieron señas questos españoles se sentasen así entre
ellos y lo hicieron; luego trujeron allí un grand pedazo de ballena de más de
dos quintales, hediendo, y pusiéronles parte dello delante del clérigo y sus
compañeros, y ello estaba tal que no lo quisieron, y los indios comenzaron á
cortar con unos pedernales que cada uno traía, y en cada bocado comían tres á
cuatro libras ó más. E volvieron con ellos á la nao é dieronles cascabeles y
pedazos de espejos quebrados y otras cosas de poco valor, con que ellos
mostraron ir muy ricos y gozosos, y espantábanse mucho de los tiros de la
artillería y de todas las otras cosas de los cripstianos.
En el capítulo VIII de la mencionada obra de Fernández de Oviedo, llamado De
algunas particularidades desta gente de los jigantes y de las aves y los
pescados y otras cosas de que tuvieron noticia los desta armada, se indica:
Estos jigantes son tan ligeros, según este clérigo don Johán de Areyzaga
testifica, que no hay caballo bárbaro ni español tan veloce en su curso que
los alcance. Cuando bailan toman unas bolsas cerradas y muy duras de cueros
danta y dentro llenas de pedrezuelas, y traen sendas destas bolsas en las
manos, y pónense tres ó cuatro dellos á una parte y otros tantos á otra, y
saltan los unos hacia los otros, abiertos los brazos, y meneándolos hacen
sonar las pedrezuelas de las bolsas, y esto les tura todo lo que les paresce ó
es su voluntad, sin cantar alguno. E parésceles á ellos una muy extremada
melodía y música, en que tienen muy grand contentamiento, sin desear la cítara
de Orfeo ni aquel su cantar con que fingen los poetas que mitigó á Plutón é
hizo insensibles las penas de Tántalo y Sísifo y de otros atormentados en el
abismo.
Tornando
á nuestro propósito, son muy grandes braceros estos jigantes, y tiran una
piedra á rodeabrazo muy recia, y cierta y lejos, de dos libras y más de peso.
Es gente muy alegre y regocijada.
Queriendo este clérigo don Johán de Areyzaga vengarse de la injuria que le
hicieron cuando le despojaron, como se dijo en el capítulo precedente, algunos
destos jigantes venían al pantax y él quiso tomarles los arcos y maltractarlos.
Y un día uno llegó á la costa y comenzó á dar voces para que lo tomasen en el
batel, y este padre clérigo y otros fueron por él, pero como era sacerdote
pasósele la malenconía y no lo quiso maltractar, é aunque los otros
cripstianos le querían matar, no lo consistió él, y lleváronle á la nao y
diéronle de comer muy bien pescado y carne, quel pan no lo quiso ni lo comen
estos jigantes, ni tampoco quieren vino. Y diéronle donde durmiese aquella
noche debajo de cubierta, é desque fue echado, cerraron el costillón y
cargarónle dos ó tres servidores de lombardas grandes, y una caja grande,
llena de ropa. Y desde á poco espacio el jigante, congojado de estar allá
abajo, y no le contentando aquel cerrado dormitorio, quiso salir de allí, y
puso los hombros al escotillón y todo lo levantó y se salió fuera. Y viendo
esto los cripstianos y gente de la nao, pusiéronle en otra parte, donde
estuvo, no cesando en toda la noche de cantar y dar voces, y á media noche
pensó que los cripstianos dormían, é quisose ir sin el arco y sus flechas, y
entre un pedazo de aquel cuero quél traía delante del estómago, metió el
chapeo del clérigo y se fue. Son tan salvajes, que piensan que todo es común,
y que los cripstianos no se enojan de lo que les hurtan, y así tornaba después
el mismo jigante, y por señas daba á entender con mucho placer cómo había
hurtado el chapeo. En aquella costa hay mucho pescado, y muy bueno, y de
muchas maneras. Hay diversas aves y muchas raleas dellas, así grandes como
pequeñas. El manjar destos jigantes es el que se ha dicho daquellas dantas y
ballenas y otros pescados, y unas raíces buenas, que parescen chiribias, las
cuales tienen mucha substancia y es gentil mantenimiento, y cómense curadas al
sol, crudas y también asadas y cocidas.
En el capítulo X, de la misma Historia de Oviedo, aparece una breve
referencia de los Gigantes:
Esto fue á los veinte y tres días de aquel mes, y aquella noche vinieron á
bordo dos canoas de patagones ó jigantes, los cuales hablaban e son de
amenazas, y el clérigo les respondía en vascuense: ved cómo se podrían
entender. Pero no se llegaron muy junto, y caso que quisieran ir á ellos con
el batel, fuera por demás, porque las canoas generalmente andan mucho más que
los bateles y tanto más andarán aquellas que son bogadas de tan grandes
fuerzas de hombres: así que no era posibles alcanzarlas. Y cuando se fueron,
mostraban unos tizones encendidos; bien creyeron los criptianos que su fin de
aquellos jigantes sería pegar fuego á las naos pero no osaron llegar tan
adelante.
Y más adelante, el mismo cronista expresa:
Hay asimesmo ríos y arroyos muy buenos y muchos, en especial en los puertos
que se han nombrado. Todo este Estrecho es poblado de los patagones y jigantes
que es dicho, los cuales andan desnudos y son archeros.
Finalmente en el capítulo XIV, titulado Del Estrecho de Magallanes y de su
longitud y latitud y partes señaladas dél y de los jigantes que en él habitan y
otras particularidades, se señala:
Dicho queda en los capítulos precedentes que la una costa y la otra del
Estrecho de Magallanes es habitada de jigantes, á los cuales nuestros
españoles llamaron patagones por sus grandes pies, y que son de trece palmos
de altura en sus estaturas y de grandísimas fuerzas y tan veloces en el correr
como muy ligeros caballos ó más, y que comen la carne cruda y el pescado asado
y de un bocado dos ó tres libras, y que andan desnudos y son flecheros, y
otras particularidades que desta gente puede haber notado el letor. Pero
porque no se piense que aquestos hombres son los de mayor estatura que en el
mundo se sabe, ocurrid, letor, á Plinio y diciros ha, alegando á Onesícrito,
que donde el sol en
la India no hace sombra, que son los hombres tan altos como cinco cobdos y dos
planos, y que viven ciento treinta años y que no envejescen, pero que mueren
en aquel tiempo cuasi como si fuesen de media edad. Dice más Plinio en su
Historia Natural que una gente de los etipios pastores, la cual se llama
siborta, á par del río Astrago, vuelta á septentrión, crece más que ocho
cobdos. Así que estos son mayores hombres que los del Esterecho de Magallanes,
y cuanto á la velocidad, el mismo auctor escribe que Crate Pargameno refiere
que sobre la Etiopia son los tragloditas, los cuales vencen á los caballos de
ligereza.
Por su parte, el cronista López de Velasco, menciona también la existencia de
los Gigantes patagones en la zona magallánica:
En la costa y tierras de
la Mar del Norte se han hallado por todos lo que han navegado muchos hombres
muy grandes, de á diez y doce palmos altos, que llaman Patagones ó jigantes,
bien proporcionados y trabados de grandes fuerzas y ligereza, y grandes
tiradores y punteros de arco, bien acondicionados, aunque bravos y fieros en
la guerra unos con otros.
El gran navegante Pedro Sarmiento de Gamboa, refiere a la creación del Mundo
hecha por Viracocha Pachayachachic y a la existencia de unos Gigantes
deformes pintados ó esculpidos por
la Divinidad que al no estar contento con ellos, creó a hombres a su semejanza.
Sarmiento de Gamboa, en su Viaje al Estrecho de Magallanes, deja
registros de la gigantesca estatura de los Patagones. Uno de los colonos,
llamado Hernández, en el Arcano del Mare, (1661), hace clara diferencia
entre los gigantes y los nativos rechonchos de
la Tierra del Fuego.
Arnoldus Florentinus van Langren, en su carta de la América
del Sur,
presenta el Patagonum Regnum, cuyos habitantes son gigantes de nueve,
incluso diez pies de alto, y pintan sus rostros con varios colores que extraen
de diversas hierbas.
Otro registro de la existencia de los Gigantes Patagones, lo aporta el
aventurero inglés Byron, quien escribe: No los medí, pero, si puedo juzgar
de su altura, comparándola con la mía, puedo decir que no era menos de
7 pies.
El padre Diego Rosales añade información acerca de los Gigantes vistos en
Chile, indicándolos como indios de soberbia grandeza, encontrándose en sus
sepulturas cabezas y huesos que exceden a los otros incomparablemente.
Fray Gaspar de Carvajal, por su parte, señala en su Relación, el
encuentro con los Gigantes de un país llamado Aparia: eran de estatura
muy altos, que cada uno era gran palmo más alto que el más alto cristiano... y
nunca supimos dónde ni de qué tierra habían venido estos indios.
Según Fernández de Oviedo, asombrados los españoles por el gran tamaño de las
huellas que encontraron en la Tierra del Fuego, les denominaron Patagones.
Entre los Selk´nam de la Tierra del Fuego, se relata la existencia del gigante
Cásquel, cuyas piernas eran más grandes que un coihue, y más fornidas.
Sus brazos tenían los músculos tan desarrollados; que con su honda era capaz de
lanzar grandes peñascos a apreciables distancias. Su cabello, negro y
desordenado, se parecía a una enorme mata de cochayuyo. Poseía además, unos
perros de sangre que perseguían a los hombres. Este gigante fue destruido por el
jon Cuányip.
En 1519, según lo refiere el expedicionario Antonio Pigafetta, los españoles al
mando de Magallanes, vieron en el Estrecho, en la bahía de San Julián, a los 49
y medio grados de latitud, unos gigantes tan altos que apenas si ellos les
llegaban a la cintura. Estaban armados de arcos y se cubrían de pieles.
Pigafetta expresa de un gigante patagón:
Este hombre era tan grande que nuestra cabeza alcanza apenas a su cintura.
Era de una hermosa estatura: su rostro era ancho i teñido de rojo, los ojos
estaban rodeados de amarillo i sus mejillas tenían dos manchas en forma de
corazón. Sus cabellos, que eran muy reducidos, parecían emblanquecidos con
algún polvo. Su vestido, o mejor dicho su capa, era hecha de cueros de un
animal que abunda en este país. Este animal tiene la cabeza i las orejas de
mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo i la cola de caballo, i
relincha como éste.
El mismo autor señala a su vez, el momento en que Magallanes pone amablemente
frente a uno de estos Gigantes un espejo, causándole gran horror, y éste
retrocedió tan espantado que echó al suelo a cuatro de nuestros hombres que
estaban detrás de él. Uno de aquellos Gigantes fue bautizado como Juan
Gigante, el cual se quedó unos cuantos días a bordo y le gustaba comerse los
ratones de la nave.Pigaffeta
expresa en su obra el episodio en que un grupo de éstos gigantes australes
se pone a bailar y a cantar, con el dedo índice levantado hacia el cielo.
Los Gigantes capturados por Magallanes exclamaban: ¡Setebos!.
Bartolomé - Leonardo de Argensola, en el libro I de su Historia de
la Conquista de las Molucas,
expresando que Magallanes capturó algunos de estos Gigantes, que tenían más
de quince palmos de altos, es decir diez pies y medio, pero que murieron muy
pronto, faltos de su alimentos habituales. El mismo historiador, en su libro
3, relata que los barcos de don Pedro Sarmiento de Gamboa combatieron con
unos hombres que tenían más de tres varas de alto, es decir más o menos ocho
pies; que al comienzo rechazaron a los españoles, pero luego, asustados por los
disparos de los mosquetes, huyeron.
En el libro de Sébald de Wert (1599), quien navegando por el Estrecho de
Magallanes en 1599 con cinco veleros en la Bahía Verde, vio siete piraguas
llenas de gigantes que tendrían de diez a once pies de alto; los holandeses los
atacaron, y las armas de fuego les asustaron a tal extremo que se les vio
arrancar árboles para ponerse a cubierto de las balas de los mosquetes
. Oliverio de Noort presenció hombres de diez a once pies de alto, unos meses
después de la excursión de Sébald.
Frezier, ingeniero del Rey, escribe tras su viaje al Mar del Sur: más
adelante hay otra nación de indios gigantes que los chonos llaman caucahues.
Como son amigos de los chonos, algunos vienen a veces con ellos hasta los
poblados españoles de Chiloé. Don Pedro Molina, que había sido gobernador de
esta isla, y algunos otros testigos oculares del lugar, me dijeron que tenían
aproximadamente cuatro varas de alto, es decir cerca de nueve a diez pies. Son
los llamados patagones, que habitan las costas orientales de la tierra desierta,
de las cuales hablan los antiguos relatos; estos relatos han sido después
considerados leyendas, pues en el Estrecho de Magallanes los viajeros vieron
indios cuya talla no sobrepasada para nada la de los demás seres humanos. Esto
fue lo que engañó a Froger en su relación del viaje del señor de Gennes, puesto
que algunos marinos vieron al mismo tiempo los unos y los otros.
Frezier en 1704, señala que en el mes de julio, la gente del Jacques, de
Saint- Malo, al mando de Harinton, vio siete de estos gigantes en
la Bahía Gregorio. Los marinos del Saint Pierre, de Marsella, bajo el capitán
Carman de Saint – Malo, vieron seis, entre los cuales había uno que tenía
algunas insignias de distinción. Sus cabellos estaban plegados en una especie de
red hecha de tripas de pájaro, con plumas todo alrededor de la cabeza. Su
vestuario era una bolsa de piel, con pelo vuelto hacia adentro. A lo largo del
brazo metido en la manga, sujetaban su carcaj lleno de flechas. Les regalaron
algunas a los marinos, y les ayudaron a empujar el bote a la playa. Los
marineros les ofrecieron pan, vino y aguardiente, pero no quisieron probar nada.
Al día siguiente, desde el barco, vieron, más de doscientos indios reunidos.
El capitán Reainaud, de regreso a Marsella en 1764, interrogado por Coyer,
señaló que los gigantes miden nueve pies, poco más o menos, mujeres y niños
en proporción... ¿Y dónde los habéis visto? En las cercanías del Estrecho de
Magallanes, donde tuve que fondear para proveerme de agua. El viaje de
Reainaud tuvo lugar en 1712
. Coyer refiere a su vez, el acontecimiento que el holandés Guillermo Schouten
registra en su Diario, donde menciona que encontrándose en Puerto
Deseado, en tierras magallánicas, halló entre las montañas unos montones de
piedras, que provocaron su curiosidad: Cubrían éstos unos huesos humanos de
diez y once pies de largo. No parecía tratarse de la sepultura de algún monstruo
marino.
Coyer enumera en su obra conocidos casos de esta raza de Gigantes en la
Historia de la Humanidad: Goliath, en el relato bíblico,
que tenía seis codos y un palmo de alto (Libro I de los Reyes); Og, rey
de Basán cuyo lecho era de nueve codos (Deuteronomio. Capítulo 3,
versículo 2) de largo y esa raza de gigantes que asombró a la humanidad por
su estatura y sus crímenes antes del diluvio (Génesis, capítulo 6). El
esqueleto de Orión, encontrado en Candia, al cual Plinio parece atribuir
cuarenta y seis codos; el cadáver del gigante Anteo, que Sertorio según relata
Plutarco, hizo desenterrar en la ciudad de Tánger, y cuyo largo comprobó que era
de sesenta codos. El señor Henrion, miembro de
la Académie des Inscriptions et Belles Letters trajo a dicha Academia en 1718
una tabla cronológica de las tallas humanas desde la creación del mundo hasta el
nacimiento de Jesucristo. En esta tabla el señor Henrion le asigna a Adán ciento
veintitrés pies, nueve pulgadas y tres cuartos, y de ahí hace derivar una regla
de proporciones entre las tallas masculinas y femeninas a razón de veinticinco a
veinticuatro. Pero muy luego se sustrae a la naturaleza estas majestuosas
grandezas. Según él Noé tenía veinte pies menos que Adán. Abraham ya sólo media
veintisiete a veintiocho. Moisés se redujo a trece, Hércules a diez, Alejandro
El Grande apenas quedó de seis, Julio César no alcanzaba a los cinco.
El norteamericano Benjamin Franklin Bourne, cautivo en 1849 por una de las
tribus del Estrecho de Magallanes, describió a los Gigantes, señalando que son
de cuerpo macizo; a primera vista aparecen como absolutamente gigantescos.
Son más altos que cualquiera otra raza que yo haya visto; sin embargo me es
imposible dar una descripción minuciosa pues el único patrón de medida que
tenía era mi propia estatura, que es de alrededor de cinco pies diez pulgadas
(1,
78 m.)... todos los hombres eran por lo menos una cabeza más alta que yo. Su
estatura media me parece que es cercana a los seis pies y medio (1, 98m.) y
había algunos individuos que podían tener algo menos de siete pies de altura
(2.13m.).
Luego será el comandante Munsters quien, recorriendo el interior del continente
desde el paralelo 50 hasta el 40 de latitud sur, es decir desde el Río Santa
Cruz hasta el Río Negro.
Munsters señala que la media es de un metro ochenta y que hay algunos que
sobrepasan el metro noventa.
CONSIDERACIONES FINALES EN TORNO A LOS GIGANTES PATAGONES
La cantidad de crónicas que registran la existencia de los Gigantes en América
es sorprendente, especialmente en la zona austral de Chile. ¿Cómo se explica
este hecho?
Se podría atribuir a la “mentalidad europea de la época”, tan
supersticiosa y pagana que proyectaría éstos seres sobrenaturales a la geografía
americana, pero lo sorprendente es que la existencia está registrada, en primer
lugar, en un período considerable de tiempo, de por lo menos tres siglos, es
decir, desde el descubrimiento del Estrecho de Magallanes, hasta una fecha
relativamente tardía en el siglo XIX.
Un segundo aspecto es el conocimiento de
la existencia de los Gigantes en las poblaciones aborígenes antes de la llegada
de los europeos, como lo refieren los Guari, los Araucanos y los Selk´nam, entre
otros.
Un tercer aspecto a tomar en consideración, son los cronistas,
personalidades de renombre y respeto ya en su tiempo debido a su formación
empírica y racionalista, como es el caso de Vespucio, Pigafetta, el padre Acosta
y Claudio Gay, por mencionar sólo a algunos, registran la existencia de los
Gigantes en sus obras, resultando difícil e impensable que tan doctos personajes
fuesen a exponer “rumores” acerca de Gigantes en sus obras, arriesgando así sus
trabajos y prestigios.
Estos son los registros de una antigua raza de Gigantes,
originaria del casquete polar antártico, que habitó la región austral americana
y luego el resto del continente, en una época anterior al poblamiento asiático -
mongoloide >>
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¿Mito o Realidad?
Gigantes de la Patagonia
[Nota: Las citas han sido traducidas de su idioma original, inglés o francés, por el Editor.]
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Un Matelot presentant a une Femme Patagonne un morceau de Biscuit pour
son Enfant (Paris,1767) |
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Presenta un Marinero Inglés a la Muger de un Gigante
Patagon un pedazo de bizcocho para su Niño (Madrid,1769) |
Gigantesco mito
Desde que los primeros europeos atravesaron el Estrecho de Magallanes en 1520,
se han recibido noticias sobre los altos y robustos habitantes de la costa
atlántica sur y la parte nororiental del estrecho, actualmente denominados "Aónikenk".
Las apreciaciones sobre su tamaño variaba, pero en general se decía
que eran bastante más altos que los europeos, a veces, muchísimo
más. El cronista de Hernando de Magallanes, Antonio Pigafetta describe
lo siguiente:
[Pinkerton, 1812, pp. 314, 316]
Un día cuando menos esperábamos algo así, un hombre de
tamaño gigante se presentó ante nosotros. […] El hombre era de
tan inmensa estatura que nuestras cabezas apenas llegaban a su cintura.
y, luego:
El capitán estaba ansioso […] de transportar una raza de gigantes
a Europa: con este propósito, ordenó que se arrestaran a otros
dos. […] Nueve de nuestros más fuertes hombres apenas pudieron tumbarlos
y amarrarlos, así y todo uno de ellos logró soltarse.
Narraciones como éstas fascinaron al público europeo, y muchos
llegaron a creer en la existencia real de gigantes en la Patagonia. Después
de todo, ya se conocían monstruos y gigantes literarios, desde los clásicos
Goliat y Polifemo, hasta los más "modernos" como Gargantúa
y Pantagruel, y los de Brobdingnag, que encontrara Gulliver en sus viajes.
El catedrático Percy Adams en su concienzudo estudio del mito patagónico
[Adams, 1962, capítulo 2], expone como en Gran Bretaña del siglo XVIII, esta fascinación
fue utilizada para crear un sentimiento de "pasión por gigantes" y,
provocó un engaño mayúsculo, irresponsable y para provecho
de sus autores.
Cuentos de viajes en el siglo XVIII
Con el aumento del número de viajes desde Europa, aumentó también
la cantidad de narraciones sobre tierras extranjeras que se publicaban y que
eran leídas por un público cada vez más alfabetizado.
Una muestra es el recuento de un viaje alrededor del mundo (1766-1769) hecho
por Bougainville (ver un
extracto
en este sitio). Dos años antes de esta circumnavegación francesa,
Bougainville había fundado una colonia en las islas que llamó Malvinas,
acompañado por el Abate Pernety, que era también un gran naturalista.
Una vez de vuelta en Europa en 1764, el abate decidió publicar sus impresiones
de viaje, describiendo e ilustrando lo que había visto. Esta tarea era
de gran magnitud, y la publicación no se logró hasta 1769.
Mientras tanto, en el verano de 1766, la prensa londinense difundió unas
sensacionales noticias: los gigantes patagónicos realmente existían.
La evidencia emanaba de un informe anónimo de un oficial de la Marina
británica, de regreso reciente de un viaje alrededor del mundo, en el
barco "
Dolphin", bajo el mando del Comodoro John Byron.
El interés
en el tema aumentó, y prontamente se publicó un libro de autor "anónimo". En
su Prefacio dice claramente:
[Anonymous, 1768, Prefacio, 2a
página]
El lector de esta obra tiene el derecho a esperar verdades, y no resultará decepcionado.
Ergo, las antiguas historias de gigantes patagónicos eran
verdaderas. Para eliminar cualquier duda en la mente de los lectores la imaginativa
ilustración de
la portada (arriba) visualizaba la idea.
Estas afirmaciones causaron impacto internacional y, rápidamente, aparecieron
traducciones del libro en París, Madrid y Florencia. Las opiniones,
tanto científicas como populares, estaban divididas: algunos ridiculizaban
la idea; mientras que otros, más crédulos, estaban convencidos.
Sea como sea, el libro anónimo se vendió bien. Otras publicaciones
sobre Patagonia también tuvieron buena acogida, entre ellas, la obra
de Byron sobre el desastre del
Wager (1741).
No es para sorprenderse que el abate Pernety haya prestado atención
a todo esto; lo controvertido del tema, probablemente, lo llevó a agregar,
a su propia obra, los informes de dos capitanes de Bougainville,
(
Duclos-Guyot y
Giraudais).
Era lo lógico: ambos capitanes habían estado, no hacía
mucho (1766), en contacto con los patagones, y los habían tratado de
cerca por varias semanas, mientras los franceses trabajaban en el estrecho
de Magallanes recolectando madera para Malvinas. Es interesante notar que el
abate nunca vio personalmente a los Aónikenk.
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Patagones (Pernety, Berlín,1769) |
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Patagones (Pernety, Londres,1771) |
El libro del Abate Pernety: Publicado en Berlín (1769)
El abate Pernety parece convencido de la verdad de la reciente publicación
inglesa de autor anónimo. En el Prefacio de su propio libro impreso
en Berlín (1769), él citó la sección donde los
hombres de Byron ven a los nativos por primera vez:
[texto original]
En la orilla, vieron hombres de un tamaño prodigioso. […] Su altura era
tan extraordinaria que aún sentados eran casi tan altos como el Comodoro
parado. […] Su talla promedio parecía ser de alrededor de ocho piés,
y la más alta de nueve piés y más.
[Pernety, 1769, Prefacio, pp. V-VI]
Además, el abate Pernety criticaba a aquéllos que, por vanidad
u orgullo, no querían aceptar esta reciente evidencia de la existencia
de los gigantes. Ahora otra
ilustración se agregaba
a sus esbozos científicos: la de una familia de gigantes patagónicos
en presencia de un diminuto oficial en uniforme (arriba, izquierda).
Cuando Pernety explicaba la razón para incluir los relatos de los
capitanes franceses, hacía hincapié en que sus relatos serían
más exactos, puesto que ellos habían pasado más tiempo,
que los ingleses, con los patagones. Sin embargo, la opinión a favor
de la existencia de tamaños gigantes adoptada por Pernety, no se ve
sustentada por los textos de los capitanes. Dos cortos ejemplos dicen:
Medimos al más bajo de ellos, y mi hermano dijo que eran 5 piés
7 pulgadas, medida francesa. Los otros eran considerablemente más altos
[Duclos-Guyot]
Aunque mido más de 5 piés 7 pulgadas (medida francesa), una de
esas capas puesta en mis hombros (como la usan los patagones), se arrastraba
en el suelo al menos un pié y medio.
[Giraudais]
El libro del Abate Pernety: París (1770) y Londres (1771)
La edición impresa en París (1770) del libro del Abate incluye
la misma cita del libro Anónimo que había usado en la edición
de Berlín (1769). Para agregarle "caché", esta vez
se cuenta también el siguiente episodio que, según él
dice no aparecía en la traducción al francés del libro
Anónimo:
[texto original]
Las mujeres de los patagones acariciaron también al Comodoro Byron; pero,
las atenciones que él rechazó eran aún más expresivas;
ellas coquetearon, dice el historiador inglés, tan seriamente conmigo
que me costó mucho sacármelas de encima. [Pernety, 1770, pp. 44-47]
El libro presenta una larga Introducción. Uno de los temas principales
trata sobre el tamaño de los seres humanos en general, y el de los patagones,
en particular. El autor parecía reconocer el derecho a disentir:
[texto original]
No quiero imponer mis opiniones a nadie: Sé que la mayoría de
los viajeros que atravesaron el Estrecho de Magallanes en el siglo XVII sólo
vieron hombres de talla normal en Patagonia; entonces, concluyeron que sus
predecesores habían sido engañosos o engañados; los escépticos
rápidamente adoptaron una postura que los eximía de creer y la
existencia de los Gigantes pronto fue relegada al área de "mentiras
impresas".
[Pernety, 1770, p. 47]
No obstante, sus comentarios finales demuestran que aceptaba
lo contenido en el informe inglés de la expedición de Byron:
[texto original]
Sobre todo, un Gigante no era un monstruo; la altura de los patagones es más
del doble de la nuestra; el volumen del cuerpo, ocho veces mayor; estos factores
no causan problemas en su economía orgánica. Que un hombre de
diez piés se una a una mujer de la misma talla, nace un pueblo, y la
Naturaleza se justifica. [Pernety, 1770, Discours Preliminaire,
p. 58]
La creencia ciega triunfaba sobre la razón: el autor simplemente no
tomaba en cuenta la evidencia presencial de los capitanes franceses Duclos-Guyot
and Giraudais.
La traducción al inglés del libro de Pernety, publicada en 1771,
perpetuaba el mito al repetir la redacción de la versión de 1769.
Además, incluía una nueva
ilustración,
aún más exagerada que la anterior.
[Pernety, 1771, entre pp. 272-273]
Achicando el mito
La versión oficial del viaje de Byron fue publicada finalmente hacia
1773. Para ese entonces, emergía un panorama un poco más creíble:
se moderó la idea de gigantismo, anteriormente promovida por ilustraciones
como las aquí presentadas. Sin embargo, persistía la percepción
de la altura fuera de lo común de los Aónikenk. Así tenemos: [texto original]
Uno de ellos que más tarde resultó ser el Jefe, vino hacia mí:
era de tamaño gigantesco y parecía encarnar los cuentos de monstruos
en forma humana: […] Si tuviera que calcular su altura en proporción
a la mía, no sería mucho menos de siete piés.
[Hawkesworth, 1773, Vol. 1, p. 28]
Altos, sí; pero no, gigantes. Era hora de achicar el mito y dejarlo
de lado. Por más de un siglo, medidas posteriores de los Aónikenk
arrojaron en promedio alturas de 6 piés (1.83m) para varones, y de 5½ piés (1.68m)
para mujeres – planilla
[Martinic, 1995, p. 41]
Reflexiones finales
¿A qué se debió entonces la continuada exageración?
Quizá fuera una combinación de factores sicológicos
- vestimenta, preconceptos superstición o temor - añadido al
menor tamaño de los europeos antiguos. Ahora que, lamentablemente,
los Aónikenk están extinguidos, sólo podemos saber más
con la ayuda de historiadores y arqueólogos.
En cuanto a la información contradictoria presentada en el libro del
Abate Pernety, nunca sabremos bien: ¿fue su creencia en la existencia
de gigantes más fuerte que los datos de primera mano que le fueron presentados?,
o ¿somos testigos de una astuta técnica de mercadeo ya en el
siglo XVIII, destinada a vender más libros? Decida el lector.
Duncan S. Campbell y Gladys Grace P.
Primera edición, julio 2012
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